Viajar para contarlo








Viajeros por España


Leyendo a Montaigne, viajero a través de Europa –Francia, Alemania, Suiza, Austria, Italia–, añora uno su testimonio sobre España. ¡Qué no habría detectado aquel atentísimo observador en este país! No es que falten viajeros forasteros por aquel tiempo ni relaciones de sus viajes; pero al leer éstas y descubrir tantas veces lo que ya en el siglo XVI forma contraste entre España y Europa y hace torcer el gesto al foráneo explorador, no cree el lector que el bordelés hubiera hecho el mismo elogio de la limpieza, curiosidad, confort, adelantos técnicos y belleza urbanística que hace de los países por él visitados.
Tomemos una crónica viajera lo más contemporánea del Diario de Montaigne (1580 - 1581), por ejemplo, el Diario in relatione del viaggio di monsignore Camillo Borghese, auditore della reverendissima Camera da Roma in Spagna, mandatovi Nuntio alla corte straordinario da papa Clemente ottavo l'anno 1594 al re Philippo secondo, sólo 13 años posterior al de Montaigne. El futuro Pablo V va a residir en España cuatro meses para convencer a Felipe II de que afloje la mosca para combatir al Turco. “Cette société de prélats et de gentilshommes romains –comenta su editor Alfred Morel-Fatio, (L’Espagne au XVI et XVII siècle, Heilbronn, París, 1878)– en était habituée, comme bien l'on pense, à un certain confort; aussi l'historiographe de l'expédition ne tarde-t-il pas à se répandre en plaintes amères sur l'insuffisance des gîtes, la rareté des vivres, la mauvaise odeur du vin “qui sent la poix” ("oltre alli alloggiamenti cattivi, vi si ha vino che sa di pece, il quale a noi altri, che non vi siamo avezzi, dispiaceva si fattamente che più tosto ci compiacevamo del acqua"): toutes choses qui caractérisaient en ce temps et caractérisent parfois encore, con perdón sea dicho, les auberges espagnoles”. Le portrait que notre auteur présente de Madrid et des MadriIègnes n'est pas flatteur. Si la ville est sale, ses habitants ne le sont pas moins, et la haute société elle-même n'est pas à l'abri de cette critique.”
Obsérvese que el gran hispanista francés no ve, a finales del siglo XIX, mucha diferencia con lo visto por el prelado italiano en el XVI, lo que adoba con un castizo "con perdón sea dicho".
Todavía hoy día en francés se utiliza la expresión "l'auberge espagnole" con un sentido próximo al de 'la casa de tócame Roque', donde reina el caos y la desorganización, pero su sentido prístino es el de una venta en la que no dan nada de comer, y donde hay que llevar su propio companaje si no se quiere morir de hambre. En este asunto, la unanimidad de todos los viajeros es absoluta, lo que no deja lugar a dudas sobre su realidad. El citado secretario anónimo del nuncio Camillo Borghese, al igual que poco más tarde el viajero alemán Martin Zeiller, coinciden punto por punto en esta práctica ventera. Tanto a unos como a otros, además de ayunar y pasar frío, les toca dormir encima de la paja. (Martinus Zeillerus, Hispaniae et Lusitaniae itinerarium. Amstelodami, 1616, p. 47). Y antes de ellos, otro viajero italiano, el ilustre historiador Francesco Guicciardini, que en 1510 parte desde Florencia como embajador ante el rey Fernando el Católico, consigna en su Diario del viaggio in Spagna (1512) lo mismo que todos sus colegas: "Gli alloggiamenti per chi passa sono cattivi, perché gli osti sono villani, e di poi quello che tiene osteria non può dare altro che lo alloggiamento ed il bisogno de' cavalli. Bisogna andare a comperare el pane in uno luogo, in uno altro el vino, in uno altro separatamente e' camangiari, che così è lo uso e gli statuti del paese." O sea que el viajero, al que las ventas no ofrecen sino techo y cuadra, debe ir a comprar su condumio, su pan y su vino al supermercado de la esquina. En Peñalba de Zaragoza, que el embajador italianiza, ni agua fresca tienen: "A Terra Bianca è una sola casa che dà alloggiamento, che chiamano venta; non hanno acqua se non di citernacce e cose corrotte."

 
Para el siglo XVII o comienzos del XVIII, don Pedro de la plaza Bami, nos escribe:
"Ahí va una pequeña contribución. Carlos Pujol, en su libro Leer a Saint-Simon (Planeta, 2009), reseña algunos aspectos del viaje del duque a Madrid, donde hubo de concertar bodas principescas: "Aunque con discreción en la manera de expresarse, juzga a los españoles no poco bárbaros: la Inquisición y los frailes, los toros, el puchero y las costumbres alimenticias, la seriedad o adustez de la gente y la incultura de muchos (hasta de los jesuitas, dice, tan doctos en otros lugares), los rigores del clima y las malas posadas, cierto clericalismo ambiental y algunos usos que le parecen de gran rudeza, le chocan, considerando muy superior en refinamiento y en progreso la vida francesa. Es curioso que este hombre que en su patria resulta Luis XIII, al contacto con España se sienta tan siglo de las luces, y a este respecto podrían citarse varios pasajes que a ciegas hubieran podido atribuirse perfectamente a Montesquieu o a Voltaire" (págs. 202-203). Corre el año 1721. Ya en la cuaresma de 1722, visita Toledo, y allí "reaparece la vena ilustrada. La famosa leyenda del Cristo de la Vega y otros milagros que le cuentan los franciscanos le merecen un discreto escepticismo, aunque evita el escándalo 'en un país tan dominado por la superstición', y se indigna al enterarse de que se han derribado para hacer una cocina los restos de la sala donde se celebraron los antiguos concilios toledanos" (...) "La credulidad y la falta de escrúpulos arqueológicos de los frailes le disgustan tanto como el régimen alimenticio cuaresmal de Castilla" (pág. 207).
¡Menos mal que un siglo después llegó el romanticismo, y hasta los ajos y los bandoleros cobraron categoría poética! Salvo para Larra, que cojeaba del pie francés."  
En otoño de 1767, otro italiano, conocedor de toda Europa desde Inglaterra hasta Rusia, visita España. Casanova viaja de París a Madrid. El contraste no puede ser mayor: “Madrid, la ville la plus sale et la plus puante de l'univers”. Esta hediondez récord que le concede el veneciano ya la habían sufrido y destacado tanto el preste romano del siglo XVI como el viajero alemán del siglo XVII.
–Pero ¡vamos a ver!, Fray Malaquías: ¿No habrá un testimonio favorable?
–Sí, señor, pero habrá que esperar al siglo XX. Oskar Kokschka, en 1926: “Madrid me gusta casi más que París”. Henri Béraud, en 1931: “Non sans plaisir notre étranger s’aperçoit qu’il se trouve dans une des plus belles, des plus vivantes, des plus modernes capitales de l’Europe.” (‘Con no poco placer, nuestro extranjero se da cuenta de que se halla en una de las más hermosas, más animadas y más modernas capitales de Europa”). Este mismo autor destaca la calidad de sus teléfonos: “los mejores del mundo”, afirma sin ambages.

(Leyendo el amenísimo Viaje a Italia y Sicilia de Paul de Musset, publicado en 1866, descubre uno que los hospedajes sicilianos de mediados del XIX nada tienen que envidiar a los españoles en cuanto a suciedad, abundancia de bichos y escasez de alimentos).



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Estampas lionesas

(Otoño de 2015)



En plan coincidencias a lo W. G. Sebald, ¿adónde se van de luna de miel los recién casados de la novela de Dickens Tiempos difíciles que leo entre Granada y Lyon? ¡A Lyon! Y ¿qué novelita cae allí entre mis manos? Una boda en Lyon, de Stefan Zweig.

Una vez allí, dado que coincidimos con las fechas del 7º Festival Lumière, vemos muchísimo cine. Como esta edición rinde homenaje a Martin Scorsese, hay películas suyas por todos los cines de la ciudad y alrededores, pero también de Julien Duvivier, de la fábrica Pixar, de Kurosawa, Melville y Losey, con Sophia Loren y con Belmondo; todo un ciclo de clásicos mexicanos y una noche de terror. Películas restauradas, películas mudas con concierto, documentales, exposiciones fotográficas de directores de cine y hasta un mercadillo de material cinematográfico, desde cámaras históricas que se venden hasta dvds y pósters. Todos acuden a la cita: directores y actores, críticos y numerosísimo público. Como el programa comienza a las 11 de la mañana, en las primeras sesiones, las salas se llenan de jubilados como nosotros y de clases enteras de colegiales, la mar de formalitos aun cuando tengan que tragarse dos horas y media de confesión entre el curita joven J. P. Belmondo y su enamorada penitente Emmanuelle Riva. La película mexicana de R. Gavaldón, Macario (1959), lleva guión de nuestro misterioso conocido B. Traven. La trepidante vida cultural de la ciudad se completa por la Bienal de arte contemporáneo, los encuentros de escritores latinoamericanos “Les Belles Latinas”, mil conciertos, ópera, danza, etc.

¡Cómo cambian los tiempos! Cada vez vemos más velos musulmanes por todas partes. Menos perros y más hijos que en España. Cada vez más bicicletas y patinetes por las aceras. Cada vez, más librerías nuevas: unas, dedicadas sólo a la novela policiaca; otras, a la literatura hispanoamericana (bar-librería Macanudo); otras, con un piso de libros nuevos y otro, de viejos (Terre des livres).

Las mujeres, mucho más libres que en España. No quiero decir que sean más libertinas y descocadas, pero sí, mucho más independientes de hijos y nietos, de la familia en general.

No abunda, como sabemos, la arquitectura románica civil. Lyon sólo puede presumir de un pequeño edificio episcopal arrimado a la fachada lateral de la catedral; pero basta con viajar a Cluny, en esa Borgoña dorada de apacibles vacas cremosas, mansos corderos, viñas onduladas y pueblecitos de miniatura de Libro de horas, para que calles enteras de la pequeña ciudad estén flanqueadas a diestro y siniestro por casas y casas de aquella época. De las muchas iglesias románicas que conserva, magro consuelo frente a la destrucción posrevolucionaria del mayor monasterio de la cristiandad, la más antigua, primitiva pero ya esbelta, data del siglo XI. Jornada cluniacense entre hombres solos, como de película de Claude Sautet, con copioso menú anti colesterol y sublimes caldos locales.

¿Si será efecto de la edad? En tiempos, todo era saludar a gente conocida por las calles; hoy, sólo vemos a los amigos que queremos ver. ¿Qué se ha hecho de todos los demás? ¿Se han muerto, se han ido, o, de viejos que estamos, ya no nos reconocemos? En tiempos, todo eran juergas y banquetes; hoy, a estas ocupaciones se añaden visitas a los enfermos.

El francés, muy dado desde siempre al uso de las siglas, apócopes y otros recortes, por si ya no fuera bastante monosilábico y breve, abusa cada vez más de las primeras, con lo que pronto habrá que recurrir,  junto al uso de diccionarios, a otro sólo de siglas. Un ejemplo entre mil, “evjf”: “enterrement de vie de jeune fille” (‘despedida de soltera’). Otro abuso, que sorprende en país que tanto pretende defenderse y presume de excepción cultural, el del léxico inglés, oral y escrito, mucho más extendido que en español.

Hablando del español, callejeando un día por la ciudad, observo ante la verja de la Prefectura, junto al portalón donde a horas mañaneras pulula ya la población inmigrante en busca de papeles, a un joven vagabundo pelirrojo que no se sabe muy bien si está sodomizando a un perrazo alzado en dos patas y atado a los barrotes, o si le está rompiendo el cráneo contra los hierros de la reja. Acuden dos funcionarios, seguramente a poner freno a sus desmanes. Pues no: la señora gorda, muy sonriente, dice a su joven colega que el perro es “très gentil”, que no tema, que no le hará nada; pero el otro hace remilgos y no se le acerca, porque declara ser “alérgico”. Hechas las presentaciones y guardadas las distancias, el barbudo funcionario se dirige al mendigo en español (con marcado acento francés), a lo que el otro contesta en el mismo idioma (con marcado acento inglés). Así oigo contar no sé qué historia de un barco de un amigo y de que ha venido la policía...  ¡Vean cómo el español es idioma universal donde uno menos se lo piensa! Otro día, vuelta ya Patty a Granada, entro yo en lo que parece ser un típico figón lionés, un “bouchon” de la plaza Sergent Blandan que se llama “Entre nous”. Instalándome a una mesa y, tras comprobar que la cocina propone los platos más típicos, andouillette, quenelles, tripes o escargots, me sorprende el marcado acento del patrón y el Sagrado Corazón entronizado ante el que parapadean unas cuantas velitas. Tiendo el oído y descubro que entre ellos hablan español y que lo que parecían canuts croixroussianos son homosexuales guatemaltecos.

Hablando de comederos y de un grave vicio francés, su rigidez mental cuadriculada, Amanda y yo somos víctimas del toque de queda de las doce del mediodía. Tenemos que recorrer no sé cuántos locales para poder tomarnos un aperitivo, porque, a toque de corneta, todos sin excepción, han dispuesto las mesas con platos y manteles y ya no se puede uno sentar sino es a comer.

En la película populista de Duvivier La belle équipe (1936), unas modistillas comentan que el novio de una de ellas es de Barcelona, a lo que otra replica que a ella también le han gustado siempre mucho los italianos, pero otra le corrige: ¡Barcelona está en Portugal! En el aeropuerto de Lyon y a punto de embarcar, oigo charlar a una familia francesa que vuela a Lisboa –abuela, padres y tres hijos. El uno pregunta si Madrid es la capital de España, y algún adulto le contesta muy serio que no, que es Barcelona.





Tres semanas primaverales
en Canadá
(mayo-junio 2015)

  
Como en todos los países del mundo, hay cosas buenas y malas. Aquí predominan sin lugar a dudas las primeras, y entre ellas, el carácter de las gentes, sonrientes, amables, tranquilos y relajados, serviciales, espontáneos y siempre dispuestos a pegar la hebra. De no ser así, no habríamos vuelto una segunda vez después de tres años a pasar tres semanas. Pero los contrastes son muchos, y las sorpresas, para viajeros que, como venidos de España, creen que todo lo de fuera va a ser mejor, morrocotudas. Por ejemplo, las basuras*, las farmacias*, las carreteras*, la ausencia de cinturón de seguridad para conductores y viajeros de autobuses, la falta de neveras en las habitaciones de hotel, el número alarmante de indigentes sin techo, lo complicado del sistema de títulos de transporte u otras curiosidades aquí reseñadas.



Basuras: En un país tan moderno, aún no han descubierto un buen sistema de recogida de basuras, y así, siendo las calles de sus ciudades tan limpias, sin una colilla ni una cagada de perro (perros tampoco se ven muchos), se amontonan los sacos más o menos bien cerrados en sus aceras junto a mil y un cacharros de todos los tamaños allí abandonados. Cuando por fin pasa el ruidoso camión, ni hermético ni automático, un atlético basurero corre parejo al vehículo lanzando a su interior con tanta velocidad como puntería todo lo que a su paso encuentra.



Bebidas: No sólo existe el Canada Dry. También hay mucha y muy buena cerveza, infinidad de variedades artesanales salidas de lo que allí llaman microbrasseries o pequeñas fábricas locales, lo que hace de la provincia de Québec, no sé si de Canadá todo, un paraíso cervecero equiparable a Bélgica. (No olviden que quien esto escribe es Fray Malaquías de... ¡Leffe!).







Carreteras: El deplorable estado de carreteras, calles y aceras se explica en buena parte por lo crudo y largo de los inviernos, que hace decir a los quebequenses que sólo tienen dos estaciones: el invierno y las obras. Así es, en los pocos meses que les deja el año atroz, todo son obras de reconstrucción por doquier para afrontar los próximos fríos y sus estragos. El tráfico por ciudad y carretera es sosegado, atento a las normas y silencioso. Los conductores son respetuosos del paetón y el ciclista; éste, que siempre circula por la calzada y en la buena dirección, lo es del peatón, que pasea confiado.

Ciudades: Hemos visitado la gran Toronto, seis millones, con rascacielos de vértigo y actividad trepidante; Montreal, la mitad; Quebec, menos de la mitad de Montreal, histórica, turística, tranquila y residencial; la pequeña y cateta ciudadeja de Niágara, junto a las famosas y espectaculares cataratas de vertiginoso y estruendoso recuerdo. Nuestra favorita, por todos los conceptos, Montreal, no la más bonita ni mucho menos, sino la más europea, la más multinacional, multilingüe y multirracial, la más alegre, relajada, tranquila y animada, estudiantil, joven, peatonal y ciclista, festiva, loca y simpática, callejera y noctámbula: una ciudad que sólo por ella, merece una visita a Canadá.

Emigración: Al ser admitida mediante el sistema de cuotas, no se produce el rechazo ni las dramáticas consecuencias que ello implica en Europa. Según los testimonios directos de nuestros amigos emigrantes, españoles, brasileños, cubanos u otros, la situación de los admitidos es envidiable y la atención que el gobierno les dispensa, muy satisfactoria y permanente. Su presencia salta a la vista por doquier y enriquece la vida cultural, gastronómica y folclórica de las ciudades, muy en especial de Montreal.

Farmacias: Pocas y malas. La capital, Quebec, con medio millón de habitantes, debe de poseer media docena. Las dos que logro hallar a la búsqueda de unas gotas para la otitis declaran estar “faltos de existencias” y dejan a la paciente padeciendo impaciente.


Fauna: Aunque esta vez no hemos visto las marmotas que hace tres años vimos salir de sus agujeros con la misma naturalidad que los empleados del saneamiento de las bocas de las alcantarillas, sí que hemos visto la misma multitud de ardillas de todos los colores que pulula por doquier y que no está muy lejos de constituir una plaga. Por algo, en el inmenso y vistoso mercado Jean-Talon de Montreal venden por todas partes macetas de ruda, que se anuncia como “anti ardillas”, al igual que aquí, en Andalucía, se vende la albahaca contra los mosquitos. Más sorprendente resulta, paseándose por el parque del Mont Royal, en el centro de la ciudad, encontrar toda una corporación de mapaches, gordinflones ositos de cola de ardilla y cara de zorro con antifaz negro (lógico, si se recuerda que el Zorro llevaba antifaz) , rodeando a un muchacho comedor de bocadillo al que importunaban con sus peticiones. En el campo de las cercanías de Quebec, donde viven nuestros amigos Jutta y Bertrand, aparte las ardillas que se comen los granos del pienso de las aves, hay mufetas que vienen a anidar en las cabañas del bosque y que allí paren sus mufetillas blanquinegras. En este mismo campo idílico y boscoso, por estar la estación más avanzada que la última vez, los maringouins, o mosquitos zancudos, ya hicieron acto de presencia y nos obligaron a abandonar la terraza y refugiarnos en el interior. Viajeros hubo que, partiendo de Quebec, se embarcaron y vieron mar adentro ballenas de todos los tamaños y colores. Bisontes, ciervos, jabalíes sólo los hemos visto en el plato.

Festivales: Se podría suponer que, dado el clima que padecen, si en verano hay más festivales que días es debido a la imposiblidad de celebrarlos fuera de tan reducida estación, pero no es cierto, ya que, por lo visto, en invierno también los hay numerosos, aunque no a la intemperie. En primavera-verano, sobre todo en Montreal, pero no exclusivamente, no sólo se suceden sino que se superponen y solapan. De jazz, de circo, de pintura mural urbana, de rock y canción popular, de cine, semana de la bicicleta, etc. El más famoso de todos ellos, las “Francofolies”, del que pudimos difrutar, ofrece hasta 150 espectáculos al aire libre gratuitos. Música de todo el mundo suena en los fastuosos escenarios callejeros desde las cinco de la tarde hasta más de medianoche, a veces hasta tres conciertos al mismo tiempo, sin que se produzca, pese a la relativa vecindad entre ellos, la menor cacofonía. Maravilla de técnica, de organización, buen ambiente, seguridad, tranquilidad y alegría. Toda concentración de jóvenes llama la atención de los viajeros por la moderación en el consumo del alcohol y aún más de otras drogas.

Horarios: Todo, comercio y museos, cierra a las cinco en punto de la tarde, menos lo que no cierra a las cinco de la tarde. Los museos, por ejemplo, abren el miércoles hasta las nueve. Las tiendas que surten en bebidas (les dépanneurs) abren 24 horas seguidas, y algunas, según informan a la clientela, hasta ¡25 al día! La hostelería de boca sirve al cliente a todas horas del día con la misma sonrisa, eficacia y buena mesa. Mucho comercio abre el domingo.

Iglesias: Predomina en su arquitectura el historicismo neogótico, aunque también las haya en neorrománico. La catedral católica de Montreal, en su afán de imitación de antiguos estilos prestigiosos de la vieja Europa, ofrece un modelo reducido, fiel hasta el último detalle, de la basílica de San Pedro del Vaticano. Claro que queda un poco pobretón que tenga el suelo de baldosa, como una cocina. Como país forestal, abunda la buena madera en bancos, palcos y tribunas. Como país que ha sido al mismo tiempo ultracatólico y ultraclerical y también de muchas religiones, tiene aún más iglesias que España e Italia juntas. Resultado: ahora sobran, por lo que muchas de ellas se ven transformadas, con efectos muy curiosos, en edificios de viviendas, bibliotecas, teatros y museos.

Lenguas: El estado de Québec es francófono, pero Montreal, al modo de Bruselas, bastante, por no decir muy o completamente bilingüe francés e inglés. Pero, oh efecto maravilloso del carácter de estos norteamericanos del norte, el bilingüismo no es fuente de ningún conflicto y se vive con tanta naturalidad como flexibildad y sabiduría. Algo envidiable en todos los sentidos y modelo para tantos países desde Bélgica hasta España. De las cuatro universidades de que goza la ciudad, dos son predominantemente francesas: Montréal y UQÀM (Université du Québec à Montréal); una inglesa: McGill, y una bilingüe, aunque en la práctica más inglesa que francesa: Concordia.
Si aparentemente, y al menos en Montreal, el francés parece estar en ligero retroceso, una tercera lengua parece crecer, siguiendo la marea ascendente que conduce desde el sur y a través de todos los EEUU, a los nietos emigrantes de los españoles, a los que se les oye por todas partes, procedentes de Cuba, Perú, México, República Dominicana, etc. Si fuera de las fronteras de la provincia, en el vecino Ontario, por ejemplo, el francés es prácticamente desconocido, el español hablado por no pocos ciudadanos saca de apuros más de una vez a este pobre intérprete improvisado.

Política, recortes, impuestos: Por gobernar liberales tanto en Otawa como en Quebec, quéjase parte de la población de los muchos recortes que se han practicado en cultura, educación, sanidad, etc. Pero, curiosamente y sin llegar yo a entenderlo, buena parte de la ciudadanía, comerciantes que parecen haber votado liberal, se quejan de los muchos impuestos y tasas con que los agobian. La otrora provincia independentista ha dejado hoy día por completo de serlo.

Precios: En general, caros para los españoles. Salvo en raros casos, no hay reducciones para los mayores. Según los autóctonos, esto último es efecto de la política* actual. Las bebidas alcohólicas en restaurantes, muy caras por efecto también de los númerosas y cuantiosas tasas con que está gravada. De ahí, la costumbre en muchos expendios de dar de comer sin ofrecer alcohol, como si de musulmanes se tratara, por lo que el cliente avisado acude con sus botellas compradas de antemano a mejor precio. Costumbre es ésta de la que no tenemos recuerdo de nuestra primera visita y que sólo habíamos visto practicada con igual naturalidad y consentimiento en restaurantes hindúes de Edimburgo. En este mismo capítulo, el sistema de propinas practicado en este país es obligatorio, complicado, carísimo e insatisfactorio y fuente de malentendidos entre camareros y clientes inexpertos en la materia.

Tauromaquia: Hay pocos toreros canadienses como también muy pocas plazas de toros. Pero los hispanos que encontramos y con quienes charlamos _peruanos, mexicanos_ no sólo manifiestan espontáneamente su desmedido amor por la madre patria y su lengua que han heredado, sino que encima, son aficionadísimos al toreo. Una señora mexicana, porque su padre fue entendidísimo en el arte y amigo hasta de Arruza; un entusiasta peruano, orgulloso de la plaza limeña de Acho, la más antigua de América y una de las primeras en el mundo, porque su hermano es periodista taurino.


Toronto visto desde la torre CN, 2º edificio más alto del mundo




 




Navidades 2014 – 2015 en Lyon





Las primeras notas que tomaba con vistas a esta crónica iban encaminadas a hacerla festiva y risueña como correspondía a las fechas navideñas; pero, curiosamente, al releerlas ahora, algo anunciaban ya del obligado cambio de tono que ante los acontecimientos ocurridos se ha impuesto luego. Así, al recrearme en la visión gargantuesca de los templos que los lioneses han consagrado a su venerada diosa, la Gula, ya observaba yo que aquella multitud devoradora de ostras y centollos, embebida en champán desde las diez y media de la mañana, contrastaba tanto por su raza como por su clase social con la que poblaba otros lugares nada alejados, donde una población mucho más multicolor que la otra, unánimamente blanca, llenaba los centros comerciales, refugio cálido, luminoso, atronador y polícromo para desocupados y excluidos del consumo. Esta misma impresión tan contrastada es la que me asaltó, casi un mes más tarde, cuando el domingo 11 de enero, en compañía de unos cuantos amigos nos unimos a la riada humana de más de 300.000 lioneses que desfilaban por las calles de la ciudad. Muchísima gente, algo nunca visto, pero... ¡qué poquísima gente de color! Y es que la unión nacional, el duelo y la defensa de las virtudes republicanas no se logran por decreto, sino que son el resultado de una larga paciencia, de una firme voluntad política y de mucha pedagogía.

Todo queda por hacer. La fractura que divide Francia, como cualquier otro país desarrollado, sigue abriéndose y ensanchándose entre ciudadanos de primera y de segunda, que van siéndolo cada día más de tercera. Y hasta la geografía marca claramente estas fronteras con el grueso trazo de las rondas, circunvalaciones o periféricos que separan los centros de las banlieues o suburbios. La explosión se produce cuando los dos componentes del explosivo entran en contacto. La juventud excluida y frustrada, lista para engancharse a cualquier causa rebelde, encuentra en su barrio, o mucho más aún en la cárcel, auténtica mezquita y madraza islámica, al pescador de almas que sabe ponerle letra a su rap, encauzar el odio y prometer maravillas ultraterrenas. Al fin y al cabo, ¿qué otra cosa ocurría en la Belle époque, cuando otra internacional terrorista, la de los anarquistas, nihilistas y otros ácratas sembraban de muertos óperas, desfiles y palacios? Claro que aquéllos leían a Bakunin o Malatesta y éstos el Corán, pero ¿qué diferencia a la hora de soltar sobre el patio de butacas la “marmita infernal” desde el gallinero? No sólo queda todo por hacer, sino que todo lo que se haga, o se hará, o ya se está empezando a hacer va por el camino equivocado, en dirección opuesta a la que debería seguirse. Habrá leyes más restrictivas, más policía y patrullas militares, pero no más becas ni más puestos en la enseñanza. Más controles en las fronteras y expulsiones de sin papeles, pero no más puestos de trabajo.





Los precios: Si Enrique, mi peluquero del Albaicín, me rapa por 7 euros y aún me sella mi tarjeta de fidelidad, mis amigos lioneses se dejan con el pelo un mínimo de 20. El País, 1€30, Le Monde, 2€20. Un queso Brillat-Savarin, bien que perfumado con trufas, llega a costar la bonita suma de 35 euros. Una bandeja de quesos que compra Patty en las vecinas Halles le sale por 70. El SMIC francés a 1.136,72 euros al mes; el SMI español, a 648,6.

Los transportes, que funcionan tan bien (un metro cada minuto en horas punta) y que no paran de ampliar su red, siguen teniendo el inconveniente de terminarse a horas muy tempranas, poco más allá de las 12 de la noche. Peor aún, perdido el último metro, autobús o tranvía, no hay foma de pescar un taxi, que si se pesca lo arruina a uno. Pero hay un método de transporte infalible, ecológico y barato, que sólo los franceses, sin el sentido del ridículo de los españoles, utilizan por doquier: ¡el patinete! Hay que ver a dignos caballeros, venerables cuanto intrépidas ancianas, familias enteras, gente de toda edad y condición, soltando enérgicas cocecitas para impulsar su vehículo monopatín por aceras y calzadas.

Los libros: Cierran algunas grandes sucursales céntricas de cadenas, pero las pequeñas de barrio dan muestras de la mayor vitalidad, llenas de clientes desde la hora de apertura, incluso los domingos. Un grato ambiente de diálogo, consulta e información reina entre clientes y libreros. Hasta los niños acuden solos, sin sus papás, a preguntar muy formalitos y con el mayor desparpajo por algún título que les interesa. Tras observar esto, Le Monde (a 2€20) me confirma el 27/12 que los libreros franceses están muy contentos y se sienten muy optimistas, entre otras cosas por la desaparición de dos grandes cadenas de distribución, Virgin y Chapitre, pero sobre todo porque, según lo demuestran las encuestas, “el libro es el objeto más deseado como regalo en esta navidad”. El artículo se titula “Heureux comme un libraire”. Por las mismas fechas, el 30/12, Manuel Rodríguez Rivero titula su  crónica de Babelia de El País (a 1€30): “El libro ha perdido prestigio como objeto regalable”.

Los amigos, tan majos y generosos como siempre.

Suplemento:
Me quejo en mi croniquilla de la falta de integración en Francia, pero no hay que olvidar que un policía asesinado era de origen argelino, la otra, negra martiniquesa, y que el corrector de francés de Charlie, hombre cultísimo y perfecto conocedor del francés, era de origen bereber. Tampoco que el que tantas vidas salvó en el supermercado judío era un negro de Mali.

No olvidemos por otra parte que los hijos y los nietos de los que cometieron iguales y peores tropelías que las de estos chicos de París están ahora gobernando en la España democrática.




 


Un finde sevillano


Habían anunciado que iba a llover todo el fin de semana, pero resulta que donde ha llovido y aun nevado –¡la segunda semana de octubre!|– es en esta fría Granada. La sierra ya está toda blanca a nuestro regreso. Sevilla es tan amable con sus visitantes que sólo les llueve de noche, como un galán de ídem. Por la mañana el sol brilla espléndido sobre los charcos. También ocurre que un anciano malagueño nos recrimine porque salimos del hotel con poca ropa y sin paraguas, cuando él sabe de buena fuente que va a llover –algo que las fuentes suelen saber muy bien– y cuando el vaticinio se cumple, estamos en la puerta misma del Hospital de los Venerables, con lo que no tenemos más que entrar a disfrutar de su silencio y reposo y de las bellas plantas de su jardín; de su iglesia en un rincón del claustro con cristos en la cruz e inmaculadas de estupenda traza; de su colección permanente del Centro Velázquez, donde una inmaculada de Velázquez no desvela su misterio. ¿Cómo va a desvelarlo con toda la ropa que lleva encima, toda ella de dos o más tallas de lo que le corresponde a la chiquilla? (1) Metida en su caparazón de ropas oscuras, sólo saca la cabeza y las patitas delanteras como una tortuga vertical. No es sólo eso el enigma, sino que, en vez de reinar en empíreos de éter celeste y estrellado, rodeada de guirnaldas de angelotes sonrosados, se destaca solitaria sobre un fondo infernal de explosión volcánica de azufre, con una luna transparente a los pies que ilumina el más triste y crepuscular paisaje, tal vez la laguna Estigia con su barquito de Caronte. ¿Si será Perséfone y no María? Cómo será esta virgen que consigue hacerle la competencia a la Santa Rufinica la alfarera, retrato de la hija del pintor. Como todas las mártires llevan en un platico lo que les han arrancado los sayones romanos, los ojos, las tetas, las muelas, etc., le entra a uno curiosidad por saber qué llevará esta chiquilla en su tazón; pero no lleva nada, es que su padre era alfarero. Y su hermana, Santa Justina.

Otras sorpresas: sale uno de la casa de Pilatos, mitad mora, mitad italiana,  llena de documentos reales y de malas firmas y peores renglones de la muy mala calígrafa doña Isabel, y entra en la vecina iglesilla de San Esteban, una más de las muchas que, por lo visto, recién conquistada la ciudad en el siglo XIII, debieron de construir los cristianos en ese estilo sobrio de transición del románico al gótico con un toque de mudéjar. Pues la iglesia, que está abierta, iluminada y con música celestial, alberga un pedazo de superretablo todo él de Zurbarán, que cualquier museo expondría en la mejor de sus salas. Y así toda Sevilla, llena de rinconcillos, plazoletas, callejas estrechas, fachadas grandiosas sin perspectiva, campanarios azules, columnas rojas de mármol, tiendas de cordoneros, bordadores y otros oficios semilitúrgicos que parecen sobrevivir empolvados junto a las confiterías de alfajores, amarguillos y tortas de aceite. ¿No va a haber rinconcillos, si eso parece un concentrado de Rinconete y Cortadillo –C­ortadillo, no Barbadillo–, la más sevillana novela cervantina?

Nosotros vamos a comer un día al “Rinconcillo”, abarrotado expendio fundado allá por el siglo XVII, cuando Cervantes y Velázquez y Zurbarán, y hasta Poncio Pilatos probablemente, merodeaban por allí a meter la cuchara. Siempre comemos bien. Sólo la primera noche algo menos, pero ligamos con una guapa alsaciana que trabajaba en París y ahora en Londres, de la que aprendemos mucho sobre la situación de los trabajadores franceses en la City (Londres, la 5ª ciudad francesa en la actualidad). El Guadalquivir tiene dos orillas, una en Sevilla, otra en Triana, ambas estupendas para pasear, correr, andar en bicicleta, patinar, practicar las artes marciales y las otras. Muy al cabo de mucho caminar por estas orillas, se llega al puente de la Barqueta, de donde parte hacia el interior de Sevilla la calle Calatrava. En ella está el teatro Alameda, así llamado por su proximidad con la alameda de Hércules, dios sevillano conocido por sus columnas. Allí acuden los viajeros después de mucho andar para ver un espectáculo flamenco de la Bienal del mismo nombre que el buen guía y mejor agente, autor de estas líneas les ha reservado con mucha antelación. Sólo un detalle impide que disfruten del espectáculo: la reserva era para el 13 de septiembre, no para el 13 de octubre.

(1) “En cuanto a su manto, es obvio que lo ha comprado en las rebajas del invierno: resulta demasiado grande para su cuerpo pero irresistible por el precio de saldo”. Esta declaración tan irrespetuosa no es obra mía, sino de don Jonathan Brown, considerado como el mayor experto en la obra de Velázques; aunque no se refiere a esta virgen sevillana, sino a la tan discutida “La educación de la virgen”, sobre cuya autoría van a trabajar los sabios del mundo entero a partir de hoy, 15 de octubre, en la universidad de Sevilla.





Una semana en Sicilia
(julio de 2014)

Sicilia, concentrado de mediterraneidad. Todos se juntaron allí, y por si fueran pocos fenicios, griegos, cartagineses, romanos, bizantinos, árabes y aragoneses, aún les vinieron a ver desde mucho más lejos, con esa atracción que el sur ejerce sobre el norte, vándalos, normandos, angevinos y suabos. ¿Qué les atraía además del sol y las playas? La fecundidad de una tierra que, nutrida por las lavas del Etna y regada por las lluvias que el mismo volcán fomenta, produce de todo en gran cantidad, empezando por la clásica trilogía de trigo, viña y olivo y siguiendo por las naranjas, los limones y toda clase de frutas. Ello da por resultado la región más mestiza y las mezclas más impensadas en arte y arquitectura. Mestizo resulta pobre para definir una iglesia de estilo gótico normando con todo su interior cubierto por deslumbrantes mosaicos bizantinos, con artesonados mudéjares y bóvedas de almocábares de puro estilo alhambreño. ¿Cómo San Giovanni dei Eremiti de Palermo es a la vez monasterio cristiano, mezquita musulmana y hasta algo templo griego con un claustro románico dentro de un jardín romántico? Pregúntenselo al bondadoso jardinero que, sin que se lo pidamos, nos nombra una a una todas las plantas de su dominio y nos invita a coger de la rama sus frutos. ¿Cómo la barroquísima catedral de Siracusa se sustenta en columnas dóricas y las contiguas iglesias palermitanas de la Martorana y San Cataldo concentran en tan poco espacio más siglos, estilos y épocas que muchas enciclopedias de historia del arte?




No se sabe muy bien cómo todo eso se mantiene en pie, ya que la isla, entre terremotos, erupciones, maremotos, guerras y bombardeos, se ha visto siempre zarandeada como una coctelera. El hombre, tan eficiente destructor como constructor, ha contribuido muchísimo a arrasarla. Desde los cristianos bizantinos, que no podían soportar la vista de los sólidos templos dóricos griegos, que, aunque griegos como ellos, eran paganos, hasta la aviación aliada que, persiguiendo al enemigo nazi, bombardeaba al buen tuntún, milagro es que aún podamos admirar frontones, claustros, anfiteatros, campaniles y cúpulas. En cambio, efecto sin duda de tanta destrucción, no hay un pueblo que, de cerca, sea bonito  fuera de sus monumentos. Encaramados en las alturas y por ende pintorescos a la distancia, todos ofrecen la misma epidermis gris cemento y tanta inventiva como nuestros buenos constructores de la posguerra. Todo ello, añadido al descuido de sus ciudadanos y autoridades, su suciedad y ropa tendida en callejeulas tenebrosas, le da un aire muy neorrealista y bastante sórdido. Con qué dolor escucha uno en boca de los guías que Agrigento, ese friso de colmenas baratas que se extiende ante nuestros ojos fue, según Píndaro “la más bella ciudad que construyeron los hombres”. Entre los factores de destrucción destaca por su altura el Etna, que, durante nuestra estancia, sólo ostentaba un estirado penacho de humo encima del cráter principal, pero que, según nuetro guía, dos semanas antes, dejaba correr por sus laderas brillantes coladas de lava incandescente visibles desde cualquier terraza de los alrededores. ¿Por qué ese empeño en vivir tan cerca del peligro, como lo demuestran las casas e iglesias que en sus faldas han quedado para siempre atrapadas por la marea negra solidificada? Por aquello de que de algo hay que morir y que nos quiten lo bailado. De lo fértil que es la ceniza volcánica dan las mejores muestras los frondosos bosques de castaños que allí prosperan, las matas y flores que enseguida crecen, las feraces huertas que cubren sus pies. De tan fuerte ventarrón como soplaba en sus alturas es como para preguntarse si los Empedocles y otros suicidas pirómanos no lo fueron tanto, sino víctimas de algún accidente.
Mestiza es hasta su lengua y su liteartura. Andrea Camilleri, el creador del comisario Montalbano, de quien leo durante mi estancia La voce del violino, trenza italiano y siciliano en una misma frase, aun en la voz del narrador, con una naturalidad exenta de todo costumbrismo. Bienaventurados italianos que usan de sus dialectos o lenguas regionales con tal desparpajo y naturalidad sin la agresiva y constante reivindicación de otros hablantes.
Los templos griegos tienen un tosco orgullo de paquidermo cejijunto y son todos iguales, sin ninguna variación, salvo en el estado de conservación y el paisaje que los rodea. Tan bien que han resistido estos templos y qué poco ha quedado de su religión, parece mentira. De los griegos se pasa a los romanos, ampliadores de teatros sucintos, decoradores de villas de senadores ociosos y absentistas, meritorios hidráulicos y mosaistas horizontales. Seguimos pisando los innúmeros metros cuadrados que cubrieron de teselas multicolores, mientras los bizantinos verticales nos impelen a postrarnos ante sus biblias ilustradas y sus vidas de santos. Un tanto machacones estos últimos en repetir la imagen del pantocrátor en cuantas superficies se les ofrecía. Lo más opuesto al dórico, el arte normando. También hay gótico catalán de finas columnitas y arcos aplastados, anchos patios y escaleras sosegadas. Luego llega un barroco tardío, todo fachada y escalinata, como en Noto o en Siracusa, donde la concentración de iglesias y palacios crea nuevas acrópolis sin un ápice de plebeyez. Por cierto, que son tan incultos los autoproclamados súbditos del nuevo Califato de Al Qaeda, que a la hora de trazar el mapa de su nuevo imperio, se olvidan por completo de incluir en sus dominios Sicilia y la Italia meridonal, tan moras ellas.
¿Hay también pintura en aquel país? Pues sí: no hay que olvidar que Antonello da Messina, como su nombre indica, aunque fuera tan toscano en su pintura, nació en la muy siciliana Messina, Gibraltar de su estrecho. De él hemos visto un estupendo retratico en tabla de un desconocido socarrón en el museo a punto de cerrar de Cefalú; un obispo mucho mayor y bastante convencional y flamenco en la catedral de Siracusa; y sobre todo, la Virgen de la Anunciación del palacio Abatellis de Palermo, envuelta en un azul insólito y con una sonrisa tan enigmática o más que la de la Gioconda. También en Siracusa, pero en otra iglesia, la de la desojada Lucía, patrona de la isla, el gran Caravaggio, que venía siempre huyendo, esta vez desde Malta, nos ha dejado un entierro de la mártir, que es, como obra de aquel pintor bujarrón, un ferviente homenaje al culo de un excavador. Al igual que la grupa del caballo de las lanzas de Velázquez, este trasero iluminado invade todo el espacio por el flanco derecho y hacia él se orientan las manos alzadas y van destinadas las episcopales bendiciones. Bien están Da Messina y Caravaggio, aunque el segundo esté mejor representado en aquella sobrecogedora decapitación de San Juan Bautista de La Valeta maltesa, pero por encima de todo, lo que merece atravesar a nado el mar Tirreno es la obra de un anónimo de mitades del siglo XV, entre Pisanello y Piero della Francesca, un Triunfo de la muerte, medieval de inspiración pero de elegancia renacentista, donde no sabe uno qué admirar más entre lo daliniano del caballo visto por rayos X y la composición vertical y superpuesta, como de tapicería francesa o estampa japonesa. ¿Qué decir del zig zag de cinco ángulos idénticos que forma el esqueleto de la muerte flechadora, o los muertos al tresbolillo que yacen asaeteados a sus pies, formando con sus túnicas contrapuestas un juego de rombos como un traje de Arlequín? Su paleta, de carmines claros y verdes ácidos, es ya la del Bronzino y el Miguel Ángel de la Sixtina. Se me olvida indicar a los nadadores que deben arribar a Palermo, al citado palacio Abatellis.




Y las gentes del país, ¿cómo son? Verdad es que más he frecuentado a navarros que a sicilianos, ya que este mi primer viaje organizado salía de Pamplona y todos sus clientes eran de aquel antiguo reino. Algo temía yo de esta experiencia borreguil y estrechamente comunitaria, pero ha resultado muy llevadera y simpática. En cuanto a los indígenas, todos muy amables, políglotas y serviciales por demás; pero, en cuestiones de hotelería y turismo, a todos nos pareció que aún tenían mucho que aprender para mercer un aprobado en la asignatura.
Ya en el último momento, desde el autobús que nos lleva del hotel al aeropuerto, descubro las fachadas del Grande Albergo delle Palme, sito en Via Roma y nada lejos de nuestro alojamiento. Cuánto lamento no haberlo visto antes y haber ido a recogerme en memoria de sus visitantes, el Wagner que allí termina su Parsifal, el loquito de Raymond Roussel, que allí tuvo el buen gusto de ir a suicidarse en la habitación 224 y sobre cuya muerte ha escrito un agudo libro Leonardo Sciascia; pero también Lucky Luciano, que allí convoca, apadrinado por las autoridades estadounidenses, una cumbre de la mafia.

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Fiestas de Guarrate

(junio de 2014)

Aunque el sabio Pascal se empeñe en que “casi todas las desgracias nos vienen por no haber sabido quedarnos en nuestra habitación”, ¡qué contento está este cronista de haber salido de casa y viajado hasta Guarrate para asistir a sus fiestas de San Antonio!
Si no llega a ser porque este año le cupo el honor de lanzar el pregón festivo a la guarrateña amiga nuestra Aurora Herrero, gran actriz en los escenarios madrileños y primera mujer pregonera, ¿cómo se habría enterado uno de que en aquel pueblo zamorano se celebran encierros, desenjaules, espantes, recortes y toda clase de espectáculos taurinos, y de que decenas y decenas de caballistas de toda la comarca acuden a participar en ellos? Porque ocurre que, como oscuro rincón castellano, adolece de la modestia, discreción y cuasi complejo de inferioridad que caracterizan a las gentes de aquella región. De celebrarse tales festejos en otras comunidades, ya serían tan famosos como los Rocíos y los Sanfermines, y no habría compañía low cost mundial que no volcara en el aeropuerto más próximo hordas de turistas ansiosos de emoción y tipismo. No es ese el menor de sus alicientes, pues creo que no debía de haber muchos visitantes venidos de más lejos que el cronista.
Viernes 20 / 6: Cómo será de taurina aquella población, que, para llegar a la casa donde nos vamos a alojar, hay que atravesar barreras angostísimas y caminar por calzadas enarenadas, y para entrar en ella con nuestro equipaje a cuestas hay que colarse por el magro intersticio de un burladero metálico que protege su entrada de los pitones de los morlacos. De la iglesita, a la que acudimos en compañía de todas las peñas –Tentemozo, El tercer mandamiento, Pecados, Los cachichis, Bakanal, Qué + te da, etc.– y de la estruendosa charanga, sale en andas bamboleado por cuatro mocitas pintureras un santico escorado de expresión desconsolada, aún no repuesto sin duda de la sorpresa de verse con un niño Jesús al brazo envuelto en almidones. La procesión, si cabe llamarla así, no tiene más carácter religioso que la presencia del frailico de pasta. No hay ni curas ni monaguillos, ni cruz ni incienso, y la música que acompasa a las bailarinas tiene más de batucada brasileña que de saeta. Así llegamos a la plaza de toros, donde el ayuntamiento, olvidado de cualquier liturgia y aparcado el santo, convida a una limonada con mucho más vino blanco que limón. Por allí andan el alcalde y el cura párroco, que en nada se distinguen del resto de los vecinos. Unos pasodobles, unas jotas castellanas, y vuelta a la plaza consitorial con el santo a cuestas y la misma música estrepitosa. El pobre alcalde, canónica representación de aquéllos que vituperaba Joaquín Costa en su Olgarquía y caciquismo, apenas si sabe hablar, pero logra gritar aunque no venga muy a cuento: “¡Viva el rey!” Toma la palabra la pregonera para rememorar tiempos pasados y desear que en los modernos no les toque trabajar tanto a las mujeres. Cuando desde su balcón concejil, clavel reventón en el pelo y vestido floreado, la pregonera concluye su arenga invitando a sus congéneres a lanzar el grito tradicional taurino y festivo, todas se le unen en un agudo y prolongado chillido, a medio camino entre el yuyú de las moras y el irrintzi de los vascos. 




Se encierra al santo en su iglesia, y por segunda vez, se acude al pajar que la hermana y cuñado de la pregonera han transformado en amplísimo comedor y hospitalario albergue de peregrinos, donde a cualquier hora, como en las bodas de Camacho, hay mesa puesta y bien servida. Acabada la cena y a horas muy tardías, el coso taurino nos acoge con sus recortadores profesionales y aficionados en lucha con novillos muy crecidos y vaquillas muy resabiadas. A este cronista le cabe la suerte de ver los toros desde el callejón, con un codo en la barrera mirando al ruedo y otro al toril. Para las dos y media de la mañana, cierra la plaza sus puertas y ya sólo la juventud se va de baile hasta el alba.
Sábado 21 / 6: Hay que bajar a la Pradera, vasta extensión amarilla recorrida por el lodoso regato, en la que, rodeada por espectadores subidos a sus remolques como las elegantes parisinas de los cuadros de Degas o Manet en sus landós de Longchamp, se ha desplegado desde horas tempranas la caballería castellana de piqueros o garrochistas, atenta a los movimientos de la torada. Trota ésta o se apalanca, se empoza en el fondo del cauce y se aquerencia, surge de golpe y persigue a un caballo, lo alza y derriba a su jinete, que cae a embadurnarse en el charcal. Son horas de marchas y contramarchas, de carreras y guerra de posiciones, de ordenada formación dispersa en un segundo por el espante de los peones. 




Ya están toros y cabestros en el corral contiguo –desde nuestra casa se oyen sus cencerros–, y ahora empieza el encierro a pie desde el corral a la plaza. Tampoco esto es cosa de pocos minutos y veloz carrera, sino que el ganado va y viene, se pasea, embiste paraguas, blusas y talanqueras, se reposa o arranca. Tal es su proximidad de nuestra barrera, que si no de sangre, algunos de los espectadores quedan cubiertos de espumarajos de baba. Se ha hecho la hora del aperitivo y, aunque un gran banquete nos espera en el pajar familiar, vamos al local de las peñas, donde las parrillas humean y chisporrotea la panceta. En el local que el cura ha prestado a los mozos, se ha instalado la peña de los Pecados, que es la que más blasfema. Entre los muchos comensales, hay hoy en torno a la mesa todo un grupo de amigos músicos que vienen de Zamora, por lo que la sobremesa, que va a durar hasta la noche, se verá amenizada por su actuación y la música de dulzainas, pitos castellanos, gaitas, bombo y tambor. También suena la acordeón que toca el anfitrión, un cavaquinho portugués de cuatro cuerdas y hasta un piano eléctrico. Se baila, se escucha, se aplaude, pasan los instrumentos de mano en mano, las copas de orujo siempre están llenas. No por todo ello dejará de haber cena, nuevas capeas y verbena municipal.
Domingo 22: Todo vuelve a comenzar. Desde la torre vigía de la azotea, se ve a lo lejos evolucionar la caballería; desde la puerta de casa, la estampida de los toros; pero ya no habrá más fiesta: nos volvemos para Madrid.

Sepan los aficionados que fiestas como éstas las hay durante todo el verano por toda la zona, y que los caballistas y otros viajeros la recorren de aquí para allá.
No quiero cerrar esta crónica sin un detalle de teología popular. Entre las muchas fiestas y romerías, la virgen de Dueñas va a ver a “su prima” la de Iniesta, y a la vuelta, esta virgen va a ver a “su sobrino “, el Cristo de no sé dónde. En cuanto a la filología, ¡qué generoso empleo del verbo “llorar” el del escanciador del clarete de Toro, que acompaña el gesto con la palabra: “No llores el vino”! (‘No lo escatimes’).

El 25 de junio, el pregonero consorte comenta:
Añado yo que muchos españoles tenemos una idea corta y estereotipada de la fiestas de los toros. Sólo sabemos que hay corridas, generalmente ciudadanas, con mantones de Manila pomposos en las barreras y toreros más o menos nimbados de fama. En Guarrate, como ocurrirá en muchos otros pueblos, no se celebró corrida en sentido estricto, y sin embargo la fiesta tuvo diversas formas, como tú señalas, fue multitudinaria y todo el mundo participaba en ella de alguna forma. A mí se me quedó el recuerdo del último encierro, con aquellos tres novillos negros, esculturales, ágiles, vertiginosos, que parecían una representación de la muerte ofrecida a todo el que quisiera tomarla, jugar con ella, admirarla en su belleza o probarla apenas asumiendo el riesgo de dar un paso fuera del burladero. Eso es fiesta en sentido ancestral: unión del individuo con la comunidad (y con su pasado mítico representado por la fiera que debe ser vencida) fuera de la norma cotidiana, tan fuera que puede incluso irse al otro barrio.
Por otra parte, los toros ya corridos y "maleados", para que no aprovechen en otra fiesta sus artes aprendidas en el engaño, han de ser sacrificados fuera de allí por los matachines profesionales que se encargan de las terneras domésticas cuya carne nos comemos, por ejemplo, en el estofado delicioso del banquete en el pajar/salón. Alguien habrá saboreado estos días rabo de toro procedente de las fiestas de Guarrate. 


Y aún me envía, días más tarde, este impresionante verso de Lezama Lima, que resume mejor que nadie lo que es la fiesta y el baile: "Bailar es encontrar la unidad que forman los vivos y los muertos" (de Dador).




 

¡Vaya con Melilla!



(febrero de 2014)

    Preparativos: 70 años he tardado en descubrir Melilla. A mí, Melilla me sonaba a guarnición, a presidio, como mucho a equipo de fútbol; pero viniendo a Granada, hemos empezado a conocer melillenses que no eran legionarios ni ex cautivos ni futbolistas. Esos amigos melillenses, como la astrofísica Matilde Ayala o el ebanista Luis Morales, nos han proporcionado valiosísima documentación e información de todo tipo. Gracias a ellos, apuntamos direcciones de interés, consultamos los folletos turísticos, nos instruimos con el muy franquista Resumen de la Historia de Melilla de don Francisco Mir y Berlanga, cronista de la ciudad; y por si fuera poco, acudimos a una fuente antigua, leyendo la comedia famosa de don Juan Ruiz de Alarcón, La manganilla de Melilla. Como “a Melilla va a cobrar / su amada Alima el Alcayde”, así vamos nosotros a descubrir aquella ciudad. Pensándolo bien, podríamos haber leído algo de Fernando Arrabal, también melillense, pero no sé si le ha sido fuente de inspiración.   
  Travesía: 7 horas y media de navegación diurna entre Málaga y Melilla; ocho a la vuelta, durmiendo en nuestros camarotes. Mar calma a la ida, movidilla al regreso. Todo muy puntual. A la vuelta, muchos más moros que cristianos.
    14 / 2 / 14: Como la ciudad nos parece muy pequeña, decidimos andar muy despacito para que nos dure. ¿Cómo, entonces, siendo tan exiguo el espacio, la Legión desfila tan deprisa? Hay mucha policía, mucho militar, mucho guardia civil y muchos monumentos franquistas, con algún yugo al que le falta alguna flecha, tal vez obra de la vecina CGT. Cenamos ricas tapas en Casa Marta.
    15/2/14: Por si fuéramos pocos los militares de la plaza, el buque escuela Juan Sebastián Elcano llega a la vez que nosotros, con sus 280 y pico tripulantes a bordo. Por consiguiente, y dada la hospitalidad y cortesía de la Marina, lo vamos a visitar. Los guardiamarinas de a bordo llevan 14 botones en la fachada, un cuello de tirita clerical y son muy monos y atentos. El mascarón de proa, por misterios insondables, cubre su dorada cabeza con una corona mural republicana. Ya en tierra, visitamos la contigua ciudadela, o más bien una gran parte de ella, no sólo ingente, pintoresca y romántica con sus estrechas ensenadas, grutas puntiagudas y campanas que dan la hora en la más alta espadaña, sino que, como todo el resto de la ciudad, está admirablemente bien restaurada, limpia, empedrada y lista para la revista de la UNESCO, ante cuyo tribunal solicita la ciudad ser declarada patrimonio de la humanidad.




Recobramos fuerzas comiendo almejas y mero en La Pérgola del mismo puerto, y por la tarde, contemplamos boquiabiertos el cúmulo de edificios modernistas y art déco que el arquitecto catalán Nieto, discípulo de Gaudí, alzó durante 40 ininterumpidos años. Hasta el teatro municipal Kursaal es obra de este autor, y en él asistimos, para acabar el día, al Canto del cisne de Chéjov, cuasi monólogo muy bien interpretado por Paco Casaña, actor local. Por otra parte, un autor local debe de estar encargado por el municipio para escribirlo todo en raro en los carteles informativos de la ciudad, traduciendo así el lenguaje poético machadiano a “Horarios de expositivos”, “Plano de competividad turística”, etc.



   Domingo 16: Se nos había aconsejado la visita de los Templos, o paseo por las cuatro culturas de la ciudad, cristiana, musulmana, judía e hindú, para lo que la víspera habíamos sacado entrada en Turismo mediante pago. Timo es de la estampita, y nunca mejor dicho, ya que de los cuatro sólo abren tres y la mezquita no lo es tal sino una submezquita, y el templo hindú, un infame local. Lo peor es que tanto el cura católico como el moro, olvidados de toda cultura y toda educación, nos asestan sendos sermones de cerca de un hora, salpicados de los más garrafales errores históricos, artísticos, etc. Nos aireamos el espíritu paseando por el bello y cuidadísimo parque Hernández del centro de la ciudad y descubrimos la muy bien decorada Cervecería melillense de la calle O’Donnell, con un banco sinuoso de mosaico gaudiniano digno de acoger a Cleopatra Taylor en sus momentos de mayor languidez. Un taxi nos lleva al alejado barrio del Industrial al que acudimos en busca del muy recomendado restaurante El Caracol moderno, de cocina marroquí, donde celebramos la víspera de mi 70 cumpleaños con un eminente cuscús. Desde allí, regresamos a pie por el paseo marítimo de junto a la larga playa y proseguimos nuestros paseos por el centro.
    17 / 2: Gris y fresquito. Visitamos el cementerio blanco y albero como una maestranza sevillana, alegre y florido, aunque bastante militar. Recorremos el viejo barrio y vemos partir el J. S. Elcano, que despliega sus múltiples velas con la marinería colgada de las vergas. La Gaviota de la calle Castelar, taberna cutrecilla y mora a la que no hubiéramos ido sin recomendación, nos sirve riquísimas cigalas, estupendo espadón. La morería toda, desde niños hasta ancianos, nos propone almendras saladas, cacahuetes, limpieza de zapatos, discos pirateados, etc. con la mayor cortesía y sin insistencia. Muchos de ellos cruzan a diario la frontera desde la cercana Nador para ganar sus cuatro perrillas con su pobre mercancía.
    18 / 2: Empeora el tiempo y se abren los paraguas para ir a visitar los muchos lugares de interés que alberga la ciudadela: las grutas que fueron refugio durante los largos asedios del siglo XVIII; los numerosos y muy interesantes museos, de arqueología y etnografía en especial, perfectamente instalados en lo que fueron almacenes abovedados de pertrechos y vituallas, todo bien explicado, modernísimo y gratuito. Y ¿he hablado de la gente? Toda amable, sonriente, alegre y servicial, generosa de su tiempo e información. Como el tiempo se torna más clemente con los intrépidos exploradores, se lanzan éstos a buscar el que será máximo exponente de la gastronomía culinaria melillense, Casa Miguel Benítez, también conocido por Los salazones, inolvidable lugar de simpatía y buen yantar que recomendamos vivamente a todos, todos nuestros lectores. ¡Vaya con Melilla!


Otoño en Roma

(octubre de 2012)


Mil millones de turistas internacionales. Esa es la cifra que prevé alcanzar la Organización Mundial del Turismo (OMT) en 2012. Así que viajar, hacer turismo, visitar ciudades monumentales… ¡qué vulgaridad! Gente refinada y de buen gusto, snobs de toda especie: abandonad esta lectura casposa y cutre que cualquier hortera podría firmar. La próxima vez, prometemos brindar con chicha en la cumbre del Aconcagua u ordeñar vacas marinas en el fondo del océano y contároslo para vuestro deleite.
Va y nos toca la lotería, o el gordo de una rifa, tómbola o concurso, por el que nos ganamos Patty y yo un viaje a Roma con todo pagado, vuelos y estancia. La lotería consiste en nuestros mecenas o bienhechores, a los que, en su generosidad, debemos de caerles bien.

El 10 de octubre, despegan unos y otros viajeros de sus respectivas pistas provinciales –Pamplona, Granada– y se encuentran en un hotel de Barajas, donde hacen noche. A la mañana siguiente, 11 de octubre, temprano, todos juntos vuelan a Fiumicino, que está junto al mar. Un colectivo de a 15 € por cabeza los traslada al céntrico hotel (a espaldas de la Fontana di Trevi). El cronista, que se ha preparado para hacer de guía-intérprete estudiando todas las tardes, no podrá sacar provecho de su aprendizaje, porque todos, taxistas, recepcionistas, maleteros, camareros y camarlengos pontificios, chamullan la llamada « lengua del Estado » (già del Imperio). Todo está tan cerca de este hotel y en Roma todo está tan cerca de todo, que ya estamos comiendo algo en piazza di Spagna. Mientras Patty se retira a descansar, los jóvenes intrépidos se lanzan a la reconquista de la ciudad y todas sus plazas: Navona, del Pópolo, el Panteón, Borghese y su embajada de España, con una larga parada dentro del joven museo que alberga la vieja Ara Pacis de Augusto junto al Tíber. Todo es ahí blanco y calmado. Dan ganas de envolverse en pétreo albornoz de muchos pliegues y sacrificar un pollo eterno en tan merecido y envidiado altar. Entre el Ara Pacis y el mausoleo de Augusto, un artista local, Fausto Delle Chiaie, expone desde hace 24 años al aire libre sus chapucillas ocurrentes, medio ex votos, medio chistes surrealistas.  Después de cenar en una Vecchia Locanda, escondida en el vicolo Sinibaldi, pasando por nuevas plazas y Montecitorios, retírase la juventud. La ciudad, por culpa de la crisis, está poco iluminada, lo que le añade muchísimo encanto tenebrista. La ciudad, por culpa de la crisis, está llena de carabinieri y antidisturbios.
Se pasa toda la mañana del 12 de octubre en la atmósfera recogida y penumbrosa de la Galleria Doria Pamphilj, tan vacía de visitantes como atiborrada de tesoros amontonados por paredes y techos. Como estamos solos con Inocencio X, podemos darle en voz alta los recados que para él nos han dado los amigos apóstatas de España. A todo lo que le decimos, refunfuña mascándose el bigote y sin quitarnos la vista de encima. Su mujer, la papisa consorte doña Olimpia Maidalchini, mezcla de verdulera y de queen Victoria en el marmóreo retrato que de ella nos ha dejado Alessandro Algardi, se hace con todos los burdeles de Roma, graba en sus dinteles el escudo papal y se dedica a enriquecerse con sus pingües ingresos. Es información que nos transmite Patty de lo que escucha con la audioguía pegada a la oreja. La familia reinante, que mora en los pisos altos del palacio, se muestra digna herdedera de tan nobles ancestros al congratularse en varias lenguas de haberlos tenido en su árbol genealógico y... en su caja fuerte. Entre las maravillas que aquel ilustre burdel encierra, destaquemos los caravaggios, y en especial, aquella Huida a Egipto o concierto campestre, homenaje a la cadera izquierda de una angelita violinista, tal vez angelito efebo. Se come en L’Archetto de la via idem, Patty vuelve al hogar y los jóvenes, cuando escampa, prosiguen su exploración.
El sábado 13 de octubre, recorremos la ciudad jesuita, con su plaza rococó, su vía estrecha, sus dos iglesias vertiginosas y su colegio desamortizado en instituto. Luego, el Campidoglio y todos sus alrededores, a la sombra de la mole vittoriana, que, no contenta con haber aplastado media Roma y cortado los horizontes de la otra media, aún ha instalado un ascensor moderno y encristalado que sobrepasa la altura del ingente edificio. Las ruinas del foro, ya se sabe, como un juego de bolos al acabar la partida. Se come, mientras llueve, en l’Antica Birreria Peroni, venerable, pintoresca y malhumorada. Por la tarde, otro palacio imponente y lleno de pintura, el Barberini, ahora convertido en Museo nacional. También aquí hay caravaggios de taladrante intensidad como la Giuditta che taglia la testa a Oloferne, con aquella vieja nodriza de mirada más mortífera que la espada de la virgen verdugo. La Fornarina de Rafael no desmerece de la Gioconda y es mucho más pícara. El Enrique VIII de Holbein basta para llenar un museo. Los techos de Pietro da Cortona nada tiene que envidiar a los vértigos y trampantojos de los pintores jesuitas. Los sufridos visitantes se otorgan un merecido descanso con un té muy elegante en los salones del hotel Quirinale y, tras otra larga caminata, con repetidos cócteles en el mismísimo Harry’s de lo alto de la felliniana Vía Véneto.
Domenica 15: Luce el sol, y los exploradores dejan Roma para viajar hasta Tívoli. De las muchas villas que aquella ciudad encaramada ofrece al visitante, optan éstos por la Villa Adriana, especie de Versalles que aquel emperador culto y enamorado contado por la Yourcenar se construyó lejos de la capital, en la llanura, para rendir eterno homenaje a su bellísimo Antinoo. Todo es luz por los boquetes de las bóvedas quebradas, reflejos de cariátides en el agua verde de los estanques, rincones de meditación y recogimiento. Un charlatán impenitente nos conduce de vuelta haciéndonos el moderado elogio del duce Mussolini. Para celebrar que ya haya muerto, nos damos una buena cena en la terraza de la Osteria dell’Antiquario, piazzetta San Simeone, regada con buenos caldos toscanos y buena grappa. 



Lunes 15: Iniciamos el día atravesando el Tíber por el puente Cavour, dándonos de narices con la mole descomunal del Tribunal Supremo. Bordeamos el río pasando por delante del castello Sant’Angelo y viendo allá al fondo San Pedro, y llegando al puente Príncipe Amadeo, nos colamos en el Trastévere, concentrado de romanidad pintoresca y tranquila, lejos de las hordas que asedian la zona vaticana. Sorpresa: aunque lunes, día de cierre de todo museo, la Farnesina está abierta, casi para nosotros solos. Rafael, el Sodoma, Sebastiano del Piombo y otros artistas lo han dejado todo dispuesto en aquel palacete para embelesarnos con los misterios de Eros y Psique y otras historias. 



Se callejea sin rumbo, una visita a la muy bizantina Santa Maria in Trastevere, y a comer en la más popular de las trattorie, da Augusto, piazza Renzi, tan trattoria, que sirven el vino directamente de la barrica y ni dan café. Esta vez es Ignacio el que se vuleve al hotel a echar la siesta. Los otros tres prosiguen su paseo, ascienden al inmediato Gianicolo, desde donde, entre estatuas de todos los héroes de la gesta garibaldina, se contempla Roma y sus alrededores libres de torres y rascacielos. Al volver a cruzar el Tíber, rendimos homenaje a Giordano Bruno en su placeta cadalso, nos acercamos a la embajada de Francia, que Sangallo y Miguel Ángel levantaron para el mismo cardenal Farnesio de la Farnesina anterior, y como nos descuidamos un poco tomando un té, la temida tromba de agua anunciada por la prensa se abate sobre nosotros, pero no es para tanto. El martes 16, tras algún paseíllo pr el barrio y alguna compra, se inicia el retorno de Fiumicino a Barajas, y de Barajas a Noáin y Santa Fe. Sólo el que esto escribe se queda en Madrid sin seguir vuelo, y por ello añade luego a esta crónica un apéndice caudal.

La ciudad, todos los vistantes lo saben, te hace sentirte como en casa(*) y con ganas de vivir allí. Además de tan bella y monumental, es pintoresca, animada, llena de rincones y callejas, de patios y terrazas. ¡Ah, las terrazas de Roma! ¡Qué lejos quedan del visitante de a pie! ¡Cómo le gustaría a uno ser Mary Poppins para aterrizar en una tras otra. 



En esta nueva visita, tercera para los cuatro viajeros, descubrimos cinco novedades: el Ara Pacis de Augusto, la Galleria Doria Pamphilj, el Palazzo Barberini, la Villa Adriana y la Villa Farnesina. Per quanto riguarda la biblioteca Casanetense, joya bibliográfica de modesta apariencia sita en via Sant’Ignazio, que tanto nos recomiendan Enric González en su libro y los viajeros granadinos que la han visitado, quedará para una próxima vez, porque en ésta, pese a nuestros esfuerzos, no hemos conseguido visitarla.
Cada día hay en aquella ciudad más monjas y más raras, y más curitas espigados y epicenos con sotanas entalladas obra de los mejores sastres. Entre las primeras, destaquemos el rebaño de zarrapastrosas, con pinta de huérfanas rumanas metidas en el convento para compensar la falta de vocaciones, que, tocadas con gorras de visera por encima de sus cofias monjiles, se atiborran de pedazos de pizza o picotean en tarrinas de helado, pululando en torno a la Fontana di Trevi, ese Ganges de Benarés para peregrinos fanáticos. La superstición en torno a este monumento es tanta, que, durante toda nuestra estancia, numerosísimos turistas nos preguntan sin cesar por dónde se va a esa Meca, y no hay ningún otro que se informe sobre el Vaticano, el Foro o el Coliseo.
Si feos son curas y monjas, las fuerzas del orden de este país, en todo tan elegante, destacan por su apostura. Los hay quienes, con botas de montar y espuelas, apoyados en el pomo de sus sables, encorbatados y con impolutas camisas blancas bajo el uniforme azul marino con vivos rojos, posan con la mirada en el horizonte... o en las turistas. Piropeo a dos de ellos, y, en vez de llevarme a chirona por mofa de la autoridad, me lo agradecen con sentidas palabras y sonrisas.

(*)"Chacun y est comme chez soi" (Montaigne, Voyage en Italie). "L'Espaignol et le François, chacun y est chez soi." (id. Essais, III, ix).


Estrambote madrileño 

Toda lengua escrita es una lengua muerta, que sólo vuelve a cobrar vida con la lectura: como ocurre con la partitura musical, callada hasta que la arranca del papel el intérprete. Aún más la poesía, que, nacida con la música como canto, está reclamando –a gritos, claro– que la saquen de su sepulcro de papel impreso. Tal fue, el miércoles 17 de octubre, la experiencia poética a la que este viajero fue convidado en la intimidad de plaza Bami durante el ensayo de la víspera; tal fue el jueves 18 de octubre, a las siete de la tarde, en la Librería Iberoamericana de la madrileña calle Huertas, el espectáculo al que nos convidó el poeta Pedro Provencio, presentándonos su último libro de poemas, Onda expansiva (Amargord, 2012). Asistido por las voces expertas de su mujer Aurora y de su hijo Julio, la imprecación blasfematoria contra la injusticia y el crimen (la cantata coral nació como reacción al trallazo del atentado de la estación de Atocha en marzo de 2004) se convirtió en trío y provocó sarpullidos en el público mudo que allí se apretujaba. Entre los asistentes, junto a lo más granado de la inteleztualidá, había hasta seis allegados de las víctimas de la matanza. Como el fuego aguarda dentro de la leña la benéfica acción del pirómano, así los versos del poeta se alzaron en llamarada al contacto con la voz.
Añade el poeta: "Hubo mucho público, amigos, algunos poetas y un grupo de estudiantes yankees (alumnos de un amigo poeta que los envió a todos, como quien encarga deberes para casa), pero lo más emocionante fue que asistieron al menos media docena de personas directamente implicadas en el atentado. Por suerte, todos acogieron el libro (y mi trabajo previo) con buena voluntad: menos mal.
Lo celebramos en una cafetería de Santa Ana, con cervezas y tortillas, y al final tuvimos que arrancar a Carlos de su asiento porque quería que nos quedáramos a tomar pacharanes a go-go. Por fin cedió y nos lo trajimos a casa.”
Tomás, apostado de centinela en el quicio de la puerta, informa de las reacciones que el espectáculo suscita a través del escaparate entre los transeúntes de la calle. Unas mozuelas: "Están leyendo, tía; ¡qué horror!" Un novio a su novia. "Un día estaré yo ahí".


Otras experiencias poéticas: En honor a este cronista, los miembros egregios de la tertulia de La Pitarra (*) celebran excepcionalmente su mensual reunión el viernes 19. Fraternal almuerzo en el restaurante El Bierzo, y café y copas en un amplio local de Chueca, donde cuatro varones sin ninguna presencia femenina no desentonan en absoluto. Durante esta sobremesa, y en un rapto de inspiración, los cuatro contertulios deciden por unanimidad lanzarse a escribir un best seller que los hará ricos en poco tiempo. Se titulará Susannah, y su comienzo, brindado por el poeta Pedro será: "Susannah sabía que de ella no se hablaría nunca. Ella los seguía, junto a las otras mujeres." Más adelante, llega aquello de "Sin embargo, Andrés, que siempre la miraba con desprecio, iba tras Él." La única referencia que se halla en los Evangelios sobre nuestra protagonista es Lucas, VIII, 1-3. Ya sabemos que es hija de rabí, que sabe leer y escribir, y que como culta que es, despierta admiración, celos y desprecio por parte de aquellos rudos pescadores.
El sábado 20, el cronista visita a William Blake, un Miguel Ángel enano que bien podría haberse dedicado a pintar naipes del Tarot o ex votos para iglesias andinas; y a doña Louise Bourgeois, que está más loca que una cabra y lo dice a gritos y a carcajadas. No le intimidan mucho estos artistas, mucho menos que los grandes de Roma, porque a tanto como eso ya se atreve, y no les va muy a la zaga con sus Libros de los sueños, partos y chorradas y otras obras pintarrajeadas en plan Art Brut.
 (*) Véase la explicación de este concepto en la página de este blog que se llama "Biografía".

 


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Printemps au Québec

(mayo de 2012)
Y no sólo “primavera” porque lo era en los calendarios, y hemos asistido a su rápida explosión durante las tres semanas de nuestra estancia, sino también porque, tras la primavera árabe, los estudiantes de aquella provincia han lanzado “le printemps érable”, o sea ‘la primavera arce’. Claro que para nosotros ha sido una sorpresa, ya que a lo que íbamos era a asistir a otros actos académicos más formales: la entrega de títulos académicos a Hadrien, el chico de los Bobillon, y a ver a todos nuestros amigos de aquel extremo nororiental y atlántico.
Los idiomas: Mucho más bilingües de lo que uno imaginaba. ¡Con decir que en Montréal hay dos grandes hospitales anglófonos, y una de las muchas y grandes universidades de la ciudad es la McGill, totalmente angloparlante! También hay prensa en inglés, junto a la muy buena en francés (Le Devoir, excelente), pero también hay periodicazos en chino, en portugués y en alguna otra lengua inmigratoria (casi todos gratuitos). Todos los ciudadanos pasan de una a otra, según la necesidad, cuando no zigzaguean entre ambas con la mayor soltura. Se parece más a Mauricio que a Suiza, por poner un ejemplo.
El francés del país es muchísimo más incomprensible para oídos europeos que el argentino, mexicano o chileno para los españoles. ¿De qué depende que sólo sea un leve acento o una lengua absolutamente extranjera? La respuesta facilona sería: del nivel cultural. Pantoute, pues no. En un debate televisivo, entre los discursos académicos o en la recepción del hotel, unos hablan transparente y otros opaco.
La defensa oficial del francés, que es tan meticulosa en tantas cosas y usa “Arrêt” en vez de “Stop” en las carreteras, deja colarse otras otros muchos anglicismos donde menos se espera (: “On va speeker une jasette” = ‘vamos a echar una parrafada’).
La petite Italie de Montréal habla italiano; los taxistas haitianos en créole; los libaneses (unos 150.000) en árabe; los numerosísimos judíos de sombrero de ala ancha y tirabuzones, ¿en yiddish, en hebreo?: No se sabe porque pasan silenciosos mirando al suelo, con la mujer a la zaga, aún más encorvada y taciturna. La policía montada relincha, y la otra, día y noche con sus sirenas.
El tiempo: Obsesión nacional. Varios canales TV están exclusivamente dedicados al tema. Todos los telediarios, tertulias televisivas, etc. comienzan por tratar la cuestión. Cuando por fin hace bueno, no sólo las redacciones enteras se felicitan y felicitan a los espectadores, sino que éstos envían inmediatamente fotografías tomadas en sus pueblos y que aparecen en pantalla con cielo azul y sol radiante antes de que se hable de hockey sobre hielo, de la última manifestación estudiantil o de la estabilidad del dólar. ¿Imaginan lo mismo en Canal Sur?
Movimiento estudiantil: Conectando con las protestas que, desde el año pasado, se iniciaron en Londres y Santiago de Chile y se prolongan hoy hasta en México tras despertar movimientos de indignados y ocupadores por doquier, los estudiantes universitarios y de los últimos cursos de secundaria de la provincia empezaban, cuando iniciábamos nuestro regreso, su cuarto mes de acción ininterrumpida contra la brutal subida de las tasas académicas impuesta por el gobierno conservador de la provincia de Quebec presidido por J. Charest. Durante toda nuestra estancia asistiremos, en vivo desde el balcón o alguna vez desde la calle, y a todas horas por la tele atentísima a los acontecimientos en directo, a las incesantes marchas nocturnas. Desfilan rápido, siempre de noche (1), caminan larguísimas distancias dejando muchos vacíos en la formación, llevan más banderas que pancartas y son muy imaginativos en pintarrajeos, disfraces, máscaras… y desnudeces. Como norteños que son, nada les importa salir en cueros en noches frescas y lluviosas. Cuando sale el sol, entonces ya la mayoría va en string y, por ejemplo, con gafas y tubo de submarinismo. Frente a esta muchachada simpatiquísima, pero también muy determinada, seria y responsable, dialogante y de una madurez ejemplar que la sociedad entera elogia a través de los medios, el gobierno se enroca, la ministra de educación dimite y es reemplazda por otra igual, y la única solución que encuentran es promulgar leyes represivas, detener a manifestantes por centenares y molerlos a porrazos y multas. La cosa sigue exactamente igual, pero a peor, con 694 detenidos en la manifestación del 23 de mayo. El gobierno federal de Ottawa, tan incompetente como el regional, que aún no ha hecho ni una primera declaración al respecto, debe de estar esperando a que el conflicto se termine cuando todos los estudiantes estén en la cárcel. Está en juego el mantenimiento en la provincia más francesa de un modelo europeo y socialdemócrata de Estado providencial frente al ultraliberal y privatizado de la mayoría anglosajona.
(1) El diario Le Devoir, dando cuenta de una manifestación nocturna, utiliza el verbo "correr": "Les manifestations nocturnes - dont la 42e a été courue hier par plus d’un millier d’opposants à la hausse des droits de scolarité..." (como si se tratara de un maratón: "se corrió anoche").
Economía: Aun siendo Quebec la provincia con mayor paro, (se sitúa en 7,2%; la que menos tiene es la petrolífera Alberta), vemos a troche y moche, por carreteras y tiendas, carteles de todos los tamaños que proclaman: “NOUS EMBAUCHONS” (‘se necesita personal’). Todo el país padece penuria de mano de obra y reclama emigrantes, sobre todo parejas jóvenes y cualificadas capaces de hacerles hijos. Jóvenes lectores que me leéis: ¡¡¡¡no echéis en saco roto esto que os dice el abuelito!!!!
La flora: Espera uno encontrar por aquellos septentriones inhóspitos los bosques más tupidos, mas no es el caso (en el trozo que hemos visto). Los verdaderos bosques de árboles centenarios están en Europa. Las tierras allí son pobres, la roca aflora por doquier, y añadiéndose estos factores naturales a ciertas talas inconsideradas históricas, los arces, abetos y abedules son desmedrados, medio pelados, separados unos de otros sin formar la impenetrable muralla a que estamos acostumbrados. Pero los abedules amarillos, que brillan como saxofones de latón, sí que logran crecer más que sus primos blanquitos. Como los inviernos son tan duros y ocurren todos los años, no hay forma de levantar cabeza y hacer carrera. Todas las primaveras, después de la hecatombe de arbolillos y arbolotes que se produce invariablemente, los más fuertes se esfuerzan por resistir y crecer darwinista y malthusianamente, pero breve es el lapso de tiempo que les es impartido antes de que otro invierno les caiga encima con prolongada saña.
Como hay que darse mucha prisa, porque el tiempo es corto, la primavera acude a toda velocidad en estas semanas de mayo y brota y florece a cámara rápida. Como los negociantes de los holandeses se han vuelto tan listos y tan malos como los yanquis de Monsanto y han manipulado genéticamnte todas las flores que venden, hay que volver a plantar todos los narcisos, violetas y junquillos porque ya no dan hijos.
 En cuanto a la flora ciudadana de ventanas, balcones y terrazas, ocurre otro tanto por culpa de la cruda estación. Lo que las amas de casa compran en macetas sólo les dura un verano, a no ser que tengan poco menos que invernaderos soleados donde abrigar a su aterida población vegetal.
La fauna: Mucho más rica en mamíferos que las nuestras europeas. Predomina la ardilla, gordota y gris, tan familiar por las aceras, parques y jardines como los gorriones o las palomas por los nuestros. Otra más oscura, o la bellísima, rayada y ojos grandes llamada tamia son menos frecuentes y algo menos tranquilas. ¿Por qué se les llama ‘suizos’ a esas ardillitas de Walt Disney? Porque van uniformadas con rayas verticales multicolores como la guardia vaticana. Nosotros, aparte ardillas, sólo vemos en libertad y a un paso, marmotas que salen de sus madrigueras a tomar el sol, y un poco más lejos, ciervos pastando bajo la lluvia; pero nuestros amigos que viven en los bosques de las afueras de Québec, ven desfilar por delante de las cristaleras de su salón de todo: mufetas, mapaches, marmotas, castores, ciervos, corzos y hasta un día una madre orignal con su cría, el altísimo, desgarbado y narigudo alce americano. Contribuye a este desfile el que en este bendito país no haya vallas, tapias ni alambradas.  
 
Por suerte, aún no habían dado suelta a otra fauna, las alimañas llamadas maringouins, mosquitos voraces cruzados con pirañas que, según los autóctonos que los padecen, hacen la vida imposible en el campo durante los meses en que luce el sol.
Las tasas: No me refiero a las académicas (V. Estudiantes*), sino a las muchas que se añaden a los precios en este país. Nacionales y provinciales, acrecientan no poco las facturas todas. Como a eso hay que añadir las propinas obligatorísmas de las que viven los estudiantes camareros, el total que uno paga al final es bastante más gordo que el que se anuncia. Ejemplo de lo curioso del funcionamiento: va uno a correos y compra sellos para las postales. Si la funcionaria te los pega, no pagas tasa; si compras para llevar, tienes que pagarla.
Sensación térmica: Combinando la afición por las tasas con la pasión nacional por el tiempo, las temperaturas que tan a menudo se anuncian en los boletines no son las vulgares que por aquí se practican, sino que van adornadas con unos cuantos grados más o menos, deducidos de no sé yo cuántos parámetros que aquellos beneméritos meteorólogos saben calcular. Así, en invierno, puede hacer –31º, pero con una sensación térmica, por causa de cruel Aquilón, Boreas o cierzo, de –35º. Igualmente, el día en que nos veníamos para casa, los termómetros de Montreal señalaban 31º, pero, tal vez por falta de viento, la s.t. era, sin lugar a dudas para los indígenas, de 34º. (¿Será por estas costumbres nacionales por lo que, en su día (V. Diario de a bordo*), médicos y enfermeras me preguntarán una y otra vez cuál es mi impresión de dolor dentro de una escala del 1 al 10? Les sueltas lo primero que se te ocurre y lo apuntan tan seriamente como las cifras de la temperatura, la tensión, o el peso.
Subterráneos: Se comprende que, en un país en el que cuando no hace un frío polar, atacan los marangouins, lo mejor es vivir en el refugio, como en época de bombardeos. Así que la gente, sobre todo los viejos y los marginados, le cogen gusto y costumbre a la madriguera, y ya no hay quien los saque de allí ni en la más radiante primavera. “Antes sale a la vista la marmota que el pensionista”, reza un conocido proverbio quebequense. Una ciudad paralela hormiguea lejos de la luz del día por interminables galerías y profundísmos sótanos, donde hay absolutamente de todo, salvo cementerios, pistas de esquí y estadios.

Diario de a bordo 
Lunes 30 abril: En 7h 22m, se vuela en directo de Málaga a Montreal. Tiene uno gana, sobrevolando la desembocadura del ingente San Lorenzo, de ponerse metafórico y decir que aquellos no es un continente sino un archipiélago, pero es que de metáforas, nada: Montreal es una isla rodeada por todas partes por su río desmesurado y por otras islas vecinas. Llevados en volandas por un taxista iraní, subimos al piso 20º de la torre en que vive y nos aguarda nuestra vieja amiga francesa, y un poco cubana y otro poco canadiense, Michèle. Las vistas vertiginosas desde su balcón nos ofrecen desde una montaña cubierta de bosque pegada a la ciudad hasta un Manhattan de andar por casa, pasando por una serie de callecitas arboladas con casas victorianas de jardín delante y detrás, escalerita y bow windows coquetones. 
Desde el 19º, donde pasaremos la primera noche, se ve el omnipresente río, su gran puerto fluvial y los puentes colgantes que lo cruzan algo herrumbrosos. La primera noche, dos abejorros suspendidos en el cielo vigilan desde la niebla las primeras manifestaciones estudiantiles que oímos pero no vemos. Es el día 77 del ininterrumpido movimiento indignado local.
1 de mayo, que aquí no es fiesta, pero que los jóvenes van a celebrar a su manera. El tiempo, horroroso, lo que no nos arredra para, cruzando el barrio chino, pasear por la vieja ciudad, las orillas del río, degustar refinadísimos tés en un salón cuchicheante y hacer compras de vuelta en el barrio (le Plateau), con la sorpresa de que, a la salida del super, enmascarados de la cola de la mani acaban de destrozar dos escaparates con bloques de cemento.
2 de mayo: La niebla ha hecho desaparecer la montaña y está achicando los rascacielos como los aviones del 11-S. Gracias a tan poca visibilidad, esta noche, cuando salga la juventud a recorrer calles, no habrá helicópteros que nos den la matraca. Michèle se ha ido a cuidar a su nieto en la vecina ciudad de St. Jérôme, con lo que tenemos su piso para nosotros solitos. ¿Imaginan un torreón de 24 pisos, que es un aparthotel gigante, en el que subsisten pisos de alquiler fósiles como el de nuestra amiga? Nada los distingue desde el pasillo alfombrado, pero, rompiéndose las cervicales desde la calle, distinguirá uno, por sus balcones floridos, barbacoas y mobiliario de jardín, los emboscados japoneses que aún no se han enterado de que la guerra ha terminado. Visita del muy bonito museo de bellas artes de la ciudad, repartido entre cuatro edificios de lo más dispar y reunidos –¿cómo no?– por galerías subterráneas. Aún no hemos decidido qué vamos a ver, cuando un matrimonio encantador se adelanta y nos regala una entrada doble para ver la exposición del artista germanoyanqui Lyonel Feininger. Se cree uno algo entendido, y sólo ahora, más viejo que carracuca, descubre a este gran pintor. 
Al mismo tiempo, descubrimos que los habitantes son pura amabilidad, sonrisa y simpatía. Comilona en el Newtown de la rue Crescent, servida por supersexys camareritas sonrientes. Como sólo hemos andado un montón y pasado cuatro horas de pie en el museo, aprovechando que el tiempo mejora, nos subimos a lo alto de la montaña del Mont Royal, donde hacemos amistad con todas las ardillas y algún japonés perdido, y desde donde vemos una especie de NY a través de una tupida red de ramas y copas. Ya en casa, otro descubrimiento: la sabia, jugosa y poética prosa llena de humor del autor montrealés negro, nacido en Haití, Dany Laferrière.
Jueves 3: Mejora el tiempo (ya me he vuelto quebequés). Estrenamos el “mouvement collectif” (‘transporte urbano’) para ir hasta el lejano parque botánico, que, como aún no es primavera y no está muy florido, abre sus puertas gratis. Como la ciudad está hermanada con Lyon, tiene una rosaleda émula de su gemela, a cuya instalación ha contribuido el parque lionés de la Tête d’Or. Como la ciudad está hermanada con Shangai, tiene una preciosidad de jardín chino, obsequio de aquella ciudad. Como la ciudad está hermanada con Hiroshima, tiene otra preciosidad de jardín japonés, obsequio de aquella pobre ciudad bombardeada. Todos los animalitos vienen a pedirnos limosna, como frailes mendicantes: ardillas, patos varios y gaviotas, pero está prohibido darles de comer. El parque está junto a las instalaciones de las Olimpiadas del 76, que cuentan con algunos edificios muy notables. Estrenamos el rapidísimo metro a la vuelta, y, por la noche, nos hundimos en el cuarto piso subterráneo de la galería comercial más cercana para ver, en un cine de lo más militante, con una expo de dibujos de niños palestinos en el hall, una peli sobre los inuits, o esquimales de la bahía de Hudson, que, por culpa de las presas y pantanos, se están quedando sin patos eider con cuyas plumas fabricaban sus buenos anoraks. Mani nocturna al pie de nuestro balcón con procesión de coches de la poli a la cola.
Viernes 4: Cuando deja de llover, vamos a pie por la interminable rue St.-Laurent hasta la pequeña Italia, que está donde el papa perdió la tiara, atravesando los pequeños Portugal, España, Chile, Perú, India, Tailandia, Turquía, etc. por barrios animadísimos y bohemios, de buenos restaurantes y elegantes galerías. A la vuelta, mientras Patty siestea, descubro otros barrios más céntricos y aún mucho más locos a lo largo de la también larguísima Ste.-Catherine: empieza comercial, sigue canalla y Pigalle, pasa a punky, drogata y vagabunda para terminar en el Village, que es el Chueca, Castro, Marais, etc. del Montreal gay. La ciudad toda, animadísima y mucho más latina de costumbres y horarios que anglosajona, desborda de teatros, cines y espectáculos, culminando con la gran carpa del famosísimo Cirque du Soleil.
Sábado 5 / 5: ¡Por fin, luce el sol! La rue St.-Jacques es el Wall Street del norte, de cuando Mont. le hacía la competencia a NY, y todo son templos y panteones romanos decimonónicos en honor del becerro de oro. Predomina en las fachadas una piedra de color poso de vino, que, en aquellos tiempos de arrogante prosperidad, los banqueros importaban desde Escocia por buques enteros. Vuelve Michèle de ejercer de abuela y nos lleva en su coche a votar por Hollande en el lycée francés, y luego a pie, hasta las islas de Notre-Dame y de Ste-Hélène, al este, cruzando dos brazos del gigantesco río ubicuo, para ver desde allí la puesta de sol. En esas islas estuvo instalada la Expo universal del 67, y aún quedan espectaculares pabellones junto a mucho ciclista, paseante, botellonero y alguna que otra marmota.
El domingo 6, el matrimonio Bobillon, padres de la criatura, y otra amiga lionesa, aterrizan y se juntan con nosotros. Padres, hijo y madrina, vestidos como para una boda, nos llevan hasta el gran y céntrico palacio de congresos donde se celebra la puesta de largo académico de la promoción, con diplomas, togas y birretes. Mediante el pago de ¡35 $! (1€=1,25), podemos actuar de claque durante horas de monótono desfilar por el escenario, de oír cantar las alabanzas de la Escuela y del sistema financiero actual y asistir a ese famoso lanzar los birretes al aire con que se clausura la ceremonia. Para desquitarnos, aunque también lo pasamos muy bien comentándolo todo como cotillas, separándonos de la familia invitada, nos propinamos una buena cena.
Lunes 7: Brilla el sol bajo la presidencia de Hollande. Tras un brunch judío más yanqui que en las pelis de los años 50, visitamos el piso que comparte el hijo Hadrien en el barrio residencial y judío de Outremont, desde donde ascendemos los seis juntos a la cima de Mont Royal por la vertiente oeste. Descendemos por la este tras admirar toda la ciudad a nuestros pies y, siempre animosos y a pie, desembocamos en la oficina de turismo más competente, amable y servicial del planeta, donde alquilamos un coche, reservamos para nosotros dos habitación de hotel en la ciudad de Quebec y salimos cargados con una biblioteca de planos, guías y folletos gratis. Para descansar de tanto desasosiego, H. nos lleva a una de las muchas microcervecerías a cielo abierto y de producción artesanal que acogen a la bullanguera juventud estudiantil .
Separación conyugal el martes 8. Para evitar que el coche triture las cervicales de Patty, se queda con Michèle y juntas se ven la divertida peli francesa Intouchables. A la vuelta, se encuentran con que el marido, que debería estar en algún hotelito campestre, las espera en la habitación. Los cinco viajeros parten bajo la lluvia hacia los Cantons de l’est, región de lagos y ríos, de bosques casi tan multicolores como en otoño por lo primerizo de las yemas y brotes, de pueblecitos tan monos que se pasan de kitsch, de monasterios benedictinos que, para respetar la paz conventual, se acaparan todos los accesos al lago en beneficio de una comunidad de 40 y pico individuos. En general, al modo yanqui, playas y accesos son privados, lo que ya ocurría también si mal no recuerdo, en el lago Balatón de la Hungría posoviética. Como buenos monjes, su tienda bendita (y benita) vende la producción local de sidra y queso a precios muy superiores a los del comercio en general. Comemos muy bien y muy tarde en una ciudad de nombre terrorífico y bíblico, Magog, y como no para de llover en todo el día, volvemos por donde hemos venido, no sin antes darnos de manos a boca con la frontera USA de Vermont, que casi cruzamos por descuido. En el pueblo más fronterizo, una acera es yanqui y la otra canadiense. Nos hemos alejado hacia el este 180 km.
 
Miércoles 9 / 5: Esta vez, Patty, después de recorrer con Michèle parques, mercados, barrrios pintorescos y librerías, se encuentra instalados en su habitación a su marido y a Dominique Bobillon dando debida cuenta de una larga hilera de buenísimas cervezas, todas distintas, de la casa Unibroue del cantante R. Charlebois. Esta vez, nos hemos orientado hacia el N., hacia la región de las Laurentides, cadena de montañas bajas con pistas de esquí aún con nieve que suben desde ambos lados de la carretera, más boscosa, con más lagos y torrentes tempestuosos, con alguna estación turística reciente y muy cuidada, como la del Mont Tremblant.
El jueves 10, aunque aún tenemos coche, como aún llueve, decidimos usarlo para ir por la ciudad. Inspirados estuvimos pues que todos los metros están bloqueados por bombas fumígenas que han lanzado los estudiantes. Vamos a visitar el Biodôme, que, instalado en lo que fue un estadio cubierto de las Olimpiadas del 76, se ha convertido en un gigantesco museo vivo de la flora y la  fauna desde los trópicos hasta los polos. Entre los espectáculos más bonitos, el ver tanto desde tierra como desde debajo del agua a los mismos patos eider de la peli del otro día y otros guillemots, que, tan nadadores como el tiburón más rápido, descienden a las profundidades aleteando para arrancar y zamparse los erizos que tapizan el fondo. No me pregunten qué tipo de pulmones tienen ni, lo que aún es más admirable, qué jugos gástricos capaces de disolver la cáscara y las púas del preciado marisco sin tener más úlceras estomacales. Cuando llegamos al polo, donde nieva de verdad, vamos cubiertos hasta las orejas y huele a lonja de pescado. Paseos y visitas por el centro, shopping para los lioneses, museo de historia de la ciudad para los granadinos. Para terminar el día, dan éstos una recepción en los apartamentos de su hotel, a la que acude el Tout-Montréal, incluida la novia alsaciana de Hadrien, jugadora de rugby.
11 de mayo: Se van los franceses.
El 12, farmacia y consulta en clínica privada a 100$: faringitis, antibióticos. A las 15h, embarcamos en autobús rumbo a la ciudad de Quebec, capital de la provincia de su nombre, más al norte, más antigua, más pequeña y más turística, puerto fortificado en el vértice del golfo, ciudad amable, bella y culta, pero mucho menos loca y excitante que su hermana mayor. Todo eso lo digo de oídas. Mientras quedo postrado en el lecho hotelero del dolor, Patty y Evany, mi amiga brasileña a la que no he vuelto a ver desde hace 32 años y que no se conocen más que por correo electrónico, se ven por primera vez y antes que yo la vea. Después de tantos años y tantos kilómetros, no voy a quedarme sin verla. Así que el domingo 13 por la tarde, del brazo de mi enfermerita y en autobús, acudo renco y ronco a la rica cena con que nos obsequia la brasileira entre lágrimas de emoción. Hasta me tomo una caipirinha con la que me abraso la garganta: ¡todo sea por la amistad, ¿qué mejor muerte?.  Como lo recetado por el generalista de Montreal no causa ningún efecto, agarrando el toro por la glotis, el lunes 14, nos vamos pasito a paso hasta el cercano servicio de Urgencias del Hôtel Dieu, “el hospital más antiguo de Norteamérica” (sic). Fundado en 1639, ignoran estos “norteamericanos” que los españoles de Hernán Cortés fundaron el de Jesús en México (Norteamérica del sur) más de un siglo antes, ¡en 1524! Horas de espera en la sala de idem, exámenes sucesivos y progresivos, transportado en silla de ruedas y ya luego en cama de ruedas de aquí para allá (que es como pasar de jugar a los autos de choque a deslizarse en gabarra fluvial), determinan, ya caída la tarde, el ingreso. Heme ya disfrazado de triste figura, envuelto en impúdico camisón de rendija trasera y con los tubos colgando de la erguida y salutífera lanza de Longinos: un edema de la glotis me retendrá, rodeado de cancerosos trepanados o aún más afónicos que yo, atendido a maravilla por todo el personal de aquel centro, hasta el mediodía del miércoles 16. El 15, recibo la visita, junto a mi abnegada esposa, de nuestra amiga berlinesa y ya desde hace mucho tiempo quebequesa, Jutta, que viene a verme a mi celda desde sus bosques de Beauport, a unos 30km de la ciudad, y que luego se lleva a la apesadumbrada a “su casita en Canadá”. ¿Qué mejor casa de reposo para el convaleciente dado de alta que esa hermosa residencia de Bertrand y Jutta, en medio del bosque, rodeada de flores, soleada y luminosa, con libros, discos y hermosas pinturas de la  dueña por todas partes? Mimado por la anfitriona, duermo a toda hora como un lirón, mientras ellas se pasean por los alrededores. Del Pabellón de cancerosos de Solyenitsin a la Montaña mágica de Mann. 
El jueves 17, ya me siento con fuerzas para pasear en coche y visitar lagos y pueblos, bosques, castillos y cascadas. Viernes 18, se inicia el retorno: en coche hasta la estación de autobuses de Quebec, de donde sale el nuestro a las 13h30 con llegada a las 17h. En tan poco tiempo, Montreal, donde la estación va siempre más avanzada que en la capital, se ha cubierto de hojas y ahora los altos edificios emergen de un mar verde que va desde los horizontes acuáticos hasta la montaña de enfrente. 
No por ello se han calmado los ánimos de los manifestantes ni el ardor guerrero de sus perseguidores. El sábado 19, el flamante titulado Hadrien viene a visitar al convaleciente y a comer con nosotros tres. Lo manifestantes nocturnos, acosados por todas las policías, no cejan y dan vueltas con sus trompetas en torno a los muros de Jericó. Sube y sube la temperatura sin parar. El domingo 20, vuelta a casa, adonde llegamos el lunes 21 a las 14h30. Dejamos Montreal con 34º, encontramos Granada con 14º, donde la víspera hacía 7º y nevaba en Guadix, Baza y la sierra.
Par François SERGENT
Le printemps érable ressemble au printemps arabe. Répression comprise. Dans cette démocratie que l’on croyait avancée, des centaines d’étudiants ont été arrêtés, menottés et détenus pour avoir manifesté. Une loi d’exception, justement surnommée «matraque» et qui semble appartenir à la panoplie d’une dictature style Biélorussie ou Azerbaïdjan, limite désormais le droit de manifester, d’association et d’expression. Tout rassemblement de plus de 50 personnes est soumis à une autorisation de la police. Comme si la répression pouvait répondre à un mouvement de masse vivace et festif qui réunit étudiants protestant contre la hausse des droits d’inscription en fac et la société civile outrée par les méthodes du gouvernement. Comme pour les révolutions arabes, Twitter et les réseaux sociaux détournent cette loi scélérate qui a finalement décuplé le soutien au mouvement étudiant. Mais, le gouvernement de Jean Charest reste sourd, refusant de discuter des droits d’inscription, devenus le symbole d’un libéralisme qui gagne et corrompt la société québécoise, cet îlot de social-démocratie en Amérique du Nord. Les étudiants et leurs parents manifestent parce qu’ils sentent qu’un modèle de vivre ensemble est menacé. Comme le clame une chanson des rebelles : «On a mis quelqu’un au monde, on devrait peut-être l’écouter.» (Libération, 26 / 5 / 12)
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Nach Berlin!
Berlín paga sus culpas. Resulta muy difícil compadecerse de esta ciudad y su pasado, cuando ellos se lo han buscado siempre. Una ciudad sumergida. Los restos de un naufragio. Es una ciudad a medio hacer (*), medio deshecha, con las huellas del trágico pasado aún patentes y cicatrices por todas partes. ¿Todas las huellas? A mi parecer, con mucho más pudor para mostrar las del pasado nazi que las medallas al sufrimiento que exhiben por todas partes en forma de “muro de la vergüenza” y de sus víctimas, de check points reconstituidos o conservados para diversión de turistas y negocio de venta de reliquias al modo de Lourdes. Más atentos a las víctimas judías que a los culpables nazis. Los desmontes por construir se han llenado de vegetación y de juegos para niños. Cuando coinciden una y otros, parece que el bosque se llena de duendecillos. Más, si es la fiesta de las luces del 11 de noviembre, y los abrigadísimos infantes disfrazados parpadean sus farolillos de papel por la espesura, entre fogatas y candelas.
Mansa ciudad, tranquila, espaciosa, relajada, juvenil, creadora, muy a la última moda en todo, animadísima en sus muchos bares, restaurantes, galerías de arte, boutiques, con infinitos ciclistas, muchos papás jóvenes con niños, un turismo internacional en auge. Al mismo tiempo, algo depauperada por el peso de la reunificación aún no del todo digerida. Única capital de toda la OCDE con un nivel de vida inferior y con una tasa de paro superior a la media nacional. Con cochazos por todas partes y con sueldos de miseria (desde 2,50 € por hora para camareros y cajeras de supermercado, y sin salario mínimo garantizado por la ley), mal alumbrada, con estaciones de ferrocarriles futuristas y trenes de cercanías achacosos. Los mismos coches y las furgonetas de la verde polizei son cuadrados y arcaicos, pero robustos Mercedes Benz. La gente, amabilísima, servicial y sonriente.
La arquitectura va de las reconstituciones arqueológicas y pacientísimas de los monumentos de la Prusia imperial ya terminadas, hasta los bloques soviéticos y las muchas viviendas sociales de los dos bandos, pasando por la proliferación de andamios y grúas por actual restauración y las huchas gigantes (como la horrible Humboldt Box tapando el horizonte de la principal avenida de Unter den Linden) para allegar fondos y poder volver a edificar un palacio que por allí había antes de aquel fin del mundo que provocaron y sufrieron. La arquitectura moderna en cancillerías, Reichstags, Postdamer Platz (Renzo Piano, Jahn, etc.) y hasta en las Galleries Lafayette (Nouvel), muy espectacular, incluido el acuario vertical y atravesado por un ascensor del hotel Radisson. Tiene gracia ver los tristones edificios del sector ruso con las puntillitas que las amas de casa nórdicas adoran poner en los visillos de sus ventanas: como ponerle un liguero a una elefanta. Los turcos, por su parte, no ponen sino parabólicas orientadas a oriente, pleonasmo unánime de toda la comunidad, particularmente en Kreuzberg.
Las lenguas: la más hablada, el alemán, pero el turco no le va a la zaga. Todos hablan inglés, hasta los turcos; pero por escrito, todos son muy monolingües. Guías, libros, planos, postales, instrucciones de uso, etc., casi siempre sólo en alemán. Nuestro hotel, muy postinero, no es que no ofrezca prensa internacional a su clientela: es que no tiene más que periódicos de Berlín, ni un Algemeine Zeitung ni ná. Los museos de la isla de los idem explican frisos griegos y leones alados en alemán, en inglés y en turco, lo que muy bien podrían hacer los franceses en árabe y no hacen. Luego vienen el italiano y el español: nunca el francés ni el japonés.
La cocina: casi siempre, italiana; luego, turca, y después de otros países. Cuando es alemana, salchichas dentro de un potaje de arvejas, salchichas a palo seco, salchichas con ensalada de patatas y pepinillos y, –colmo del refinamiento gastronómico– codillo en un lecho de col en salsa. ¡Se fuma en los bares! No en todos, pero sí en muchos. Nadie paga con visa.
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(*) Pero resulta que eso no data de hoy día. Véase la crónica viajera de Manuel Chaves Nogales de 1928: "En estos parajes desnudos, desolados, de ciudad a medio construir que tiene Berlín..." (La vuelta a Europa en avión, 1929).

Diario de a bordo
9 nov 11 : Salen los viajeros de Granada a las 12h30, sufren un serio retraso en Madrid-Barajas y llegan a Berlín-Tegel bajo un shirimiri más atlántico que prusiano. Nuestro taxista turco nos encuentra enseguida el hotel (en el antiguo Berlín este, a un paso del centro, junto al metro Weinmeisterstr.) merced al GPS, pero el hotel no encuentra por ningún lado nuestra reserva. Cuando al fin nos solucionan la cuestión, salimos a cenar. Son las 22h30, es un miércoles, y todos los bares-restaurantes (casi todos italianos en este barrio) están rebosantes de gente que bebe después de cenar. Cenamos muy bien, muy sonrientemente servidos por una rubia que habla perfecto inglés.
10 nov 11 : Bajo un cielo encapotado, un frío intenso y un cierzo siberiano, recorren los viajeros todo Berlín a pie: isla de los museos, Reichstag, nueva cancillería, Unter den Linden, puerta de Brandenburgo, universidades Humboldt llenas de chinos (que parece que no se han enterado), embajadas soviéticas (que aún menos, con hoces y martillos y musculosos trabajadores de piedra), parque de Tiergarten con su torre carrillón, este y oeste, viejo y moderno hasta Postdamer Platz donde los arquitectos mimados dan rienda suelta a todos sus caprichos. La gente come a cualquier hora en mangas de camisa; nosotros también, pero más abrigados, sopa caliente y cerveza fría. A las 17h, noche cerrada, no sin antes haber filtrado algún rayo de sol. Entre los muchos comederos que se ofrecen en nuestro cálido barrio para cenar, los viajeros escogen uno de rudos materiales para bancos y mesas corridos, que deleita a la clientela con patatas asadas rellenas de lo que uno quiera. Tan refinada carta merece que el expendio figure con foto y todo en la página de una guía que encontramos en el hotel. 
Regierungsviertel y Reichstag
 11 . 11 . 11 : Día soleado y cielo raso. Día de loterías en España y de conmemoración de la victoria de la guerra del 14 en Francia (ustedes perdonen). En busca de una oficina de correos, o al menos de un buzón, los viajeros postales descubren nuevos barrios, catedrales sin cuento, avenidas rectilíneas todas edificadas anteayer. Modernidad hija de la destrucción. Hasta ven, delante de la Humboldt Universität, una minimanifestación de indignados que llaman a ocupar el Bundestag, disfrazados de payasos y balando como corderos. Los mofletudos mocetones/as que van disfrazados de policías son mucho más cómicos que los manifestantes, con sus breves desfiles en fila india llevando el paso perpendiculares a la cabecera de la manifestación y sin formar barrera.  Llaman los otros seis miembros de la expedición, que ya están en el hotel. Sirviéndoles ya esta vez de guías, vuelven a visitar los granadíes con sus amigos lo antes visitado y referido. Se vuelve a ver la mermada indignación, que ahora sube la avenida en dirección contraria, tan envuelta en nubes de guardianes del orden y vehículos anacrónicos, que casi ni se los ve. Tras un tentenpié servido por un moro francófilo, se asciende al Reichstag incendiado por los nazis, varias veces destruido y restaurado, y hoy caprichosamente restaurado por Norman Foster, con su espiral y su cúpula transaparente de la que se ve todo Berlín y cómo se pone el sol a las 16h. Volvemos todos a pie hasta nuestro simpático barrio, y antes de subir a la habitación, un barcito acogedor nos da calor, buen Riesling y musiquilla inaudible de un flaco afónico. La cena, bajo las bóvedas enladrilladas de una pequeña estación de ferrocarril, porque el restaurante que da codillo y que nos recomienda el hotel está todo reservado hoy y mañana. El codilo hay que merecerlo: reservamos para el domingo.
12 nov 11 : ¡Valiente encuentro entre nazaríes y lioneses, si era para enseguida romper nuestras relaciones! Ellos van hacia Postdamer, y nosotros, que ya nos lo sabemos, nos enterramos a no sé cuántos milenios de profundidad en la antigüedad más antigua del Pergamon Museum. ¿Cómo puede quedar algo aún en el medio oriente, cuna de la humanidad, si los humanos de occidente, sus hijos, le han arrebatado a su madre hasta el último azulejo? Todo está allí, Babilonias, Asirias y Grecias… ¡hasta algún cachico de la Alhambra! Tres horas después, emergemos en el siglo XXI y nos vamos hasta la plaza Gendarmeriemarkt, la piazza del Popolo prusiana, a sentarnos al sol tras los cristales de un bebedero frente a la catedral francesa, que ni es catedral ni francesa, tal vez un poco hugonote y toda reconstruida como su hermana gemela. En busca del espejismo turco y fiándonos de guías y consejos que nos hablan de un barrio juvenil, estudiantil y animadísmo, emprendemos una larguísima marcha a pie rumbo a Kreuzberg, que tras hacernos descubrir el checkpoint Charlie y todos sus recuerdos, nos hace perdernos en las arenas de un desierto de inmensos edificios de viviendas baratas, sin bares ni tiendas ni gente por las calles. Buscando turcos, topamos con judíos: con el museo judío, que está donde Cristo perdió la kipá. Reventados, nos sentamos a esperar un autobús que nos devuelva a nuestros alejados lares del nordeste. Llega por fin uno que embarca a todos los que aguardan, salvo a nosotros, que hemos decidido que nos conviene mucho más el N no sé cuántos. Cuando al cabo de unos cuantos días, comidos de hienas y zopilotes, nos encuentra una chilena encinta de doce meses casada con un alemán, explica a nuestros esqueletos que “N” significa ‘nocturno’ y que le sigamos. Así, vamos en autobús, el mismo que habíamos desechado una primera vez, hasta Alexanderplatz (¡ah, Döblin!), donde, al pie de la altísima y esbelta torre de la TV, toman el sol que ya se ha puesto ciudadanos en hamacas, como en la playa. Los edificios todos, hasta en sus épicos murales industriosos, de lo más soviético. Nos derrumbamos en el hotel a las 16h30 sin haber comido nada desde el copioso desayuno tudesco. Cenamos todos juntos donde encontramos una mesa libre y, para consolarnos, nos bebemos ricos cócteles en el muy juvenil y ruidoso y algo humoso bar del hotel.
Domingo 13 : Sigue el buen tiempo y amansa el frío. Nuevo intento por alcanzar, agrupados todos esta vez y en metro, el ansiado, soñado Eldorado otomano. Ello nos permite sentarnos en una terraza, y disfrutar del sol al borde de un extensísimo estanque en parte helado, en cuya superficie rebotan las piedrecillas que arrojamos. En vista de que no hay nada que ver que no se vea en Alcorcón, Leganés o Fuenlabrada, se coge el metro y se vuelve a Alexanderplatz. Visitamos por allí cerca el acuario central del hall del hotel Radisson, nos bebemos unas cervezas una vez más bajo los raíles de una estacioncilla ferrocarrilera que responde al nombre de “Los doce apóstoles”, y de allí, ingresamos en otro de los museos de la isla, el Bode, que, con todo lo grande que es, no tiene un cuadro que valga los que alberga la Capilla real de Granada. Maryse y Patty, por su parte, embarcan en un barco fluvial que durante una hora les da un bonito paseo por todo el centro de Berlín desde las aguas del Spree. Los del museo se dividen a la salida: cinco, camino del monumento al holocausto; este servidor, solito, en busca del gran centro Okupa de la calle Oranienburg (1), pasando por delante de la gran y nueva Sinagoga, rutilante de cúpulas doradas. El gigantesco edificio que ocupan los okupas está tan pintarrajeado desde la acera hasta el palo de la bandera que, a pesar de la mugre predominante, huele a pintura hasta el ahogo. Se visitan todos los pisos, apartamentos, celdas y recovecos de aquellas grandes galerías de la marginalidad, donde los artistas pintan, se rascan el cogote con un pincel, fuman sus porros, exponen sus obra y venden, o tratan de vender. Hay mucho trajín de jóvenes que sube y baja las escaleras, se oye hablar mucho español entre los visitantes y la gente desfila más que contempla o visita. Hay música variada y luces de colores. No parece que allí vivan los okupas sino que sólo lo okupen para sus ocupaciones; de lo contrario habría perros, catres, mantas, hijos pequeños y hornillos. En el hotel se reúnen las tropas dispersas para, por fin, en orden de batalla, acometer el codillo con col de la Weihenstephan. Salimos triunfadores del encuentro, y al día siguiente, muy tempranito, los viajeros emprenden el regreso por etapas hasta la plaza de Bibarrambla.
Postdamer Platz
(1) A 7 de septiembre de 2012, y gracias al diario Le Monde, me entero de que este célebre templo de la marginalidad, construido en 1908, acaba de cerrar el día 4 de este mes, tras haber servido de centro comercial, cárcel nazi, centro cultural en la época comunista y ser ocupado por los artistas del grupo "Künstlerinitiative Tacheles" en febrero de 1990. En 2007, el banco HSH Nordbank adquiere el edificio, y en la fecha indicada, la policía procede a la expulsión de sus últimos habitantes. "Le Berlin alternatif en deuil de son temple", comenta Le Monde.



Julio Provencio añade :
“Con mi experiencia reciente del verano... suscribo todos los puntos de vista. Hace unas semanas, me preguntaban unos tíos de Rosa que si no nos había gustado Berlín, que no se nos veía muy entusiasmados... No supimos muy bien qué responderles. Salimos por peteneras con lo de que, en el fondo, es todo reconstrucción, solares o grandes espacios con nombres de antaño que hoy ocupan grandes vidrieras, completamente ajenas al pasado (no tan lejano) de aquellos lugares...
Pero también hay que uno se pone a andar y andar, rebuscar, para encontrar muchas veces lo mismo, y solo de casualidad una placa, al lado de un parking y de unas casas dignas de Torrevieja, señalando el pequeño dato de que usté, querido turista, está pisando la calle principal del gobierno nazi, vea aquí estas minúsculas fotos que lo documentan, y lo que es peor: bajo sus pies está el enorme búnker en el que un señor con bigote se suicidó. No se preocupe, perfectamente sellado. Está ahí abajo, pero no hay manera de llegar. Sirva esta placa para recordar nuestro esfuerzo colectivo de memoria, nuestra culpa que nos supura partout, y la frialdad con que vamos reconstruyendo la ciudad." 

 José Manuel apuntala:

Estupenda crónica. Qué barato sale viajar a Berlín contigo, que es como si hubiera estado uno allí. Si tuviera que quedarme con solo una expresión, sería la del liguero a la elefanta. Genial. Gracias mil."
Paco Solano insiste:
Imprimí enseguida tu crónica berlinesa, y sólo ahora (estoy de trabajo, por fortuna, hasta el cuello) he podido deleitarme en tu sagacidad, ingenio y buena prosa. No tienes precio como observador. Lástima lo que este país se ha perdido (¿o no?) si un buen periódico o buena revista te mandara por esos mundos de Dios. Por mi parte, tendría resuelto el problema de viajar, e incluso me enteraría mejor de las ciudades por tus crónicas que por mis visitas. Yo he estado un par de veces en Berlín (tres o cuatro días sumando las dos ocasiones) y me ha resultado más vívida tu crónica que el recuerdo que guardo de mi estancia, con excepción de Pérgamo que, lo reconozco, me dejó mudo y emocionado hasta las lágrimas, incluida la zona mesopotámica. O sea que gracias, y si haces alguna crónica granadina, aunque sea simplemente de la odisea de ir a comprar el pan, tenme como uno de tus más fieles seguidores." (17 nov 11).
 
Claudi Pérez (El País, 18 XII 11) añade :
“Esa especie de paraíso de la economía, la disciplina y el rigor tiene su contrapunto en la línea U-8: la capital alemana es fascinante -marca tendencia en moda, diseño, música-, pero a la vez basta un paseo en metro para quedarse con otro Berlín en la retina. El de los barrios destartalados de esta ciudad eternamente inacabada; el de los pobres que aparecen y desaparecen en las estaciones; el paisaje de alcohol, drogas e inseguridad de algunos rincones anecdóticos, pero impactantes, a solo unas paradas del centro. Aquí y allá, vislumbres de esos siete millones de alemanes que ganan 400 euros al mes con los denominados miniempleos: "Lo que en España o Italia son parados, en Alemania son subempleados", apunta una mujer de mediana edad desde su asiento tras enterarse de que hay un periodista español en el vagón tratando de explicar qué diablos piensa Alemania de Europa. "Aquí no somos tan ricos. Por eso estamos en contra de los rescates. Porque no somos tan ricos y porque mucha gente como yo teme por la pensión y los ahorros, porque llevamos 15 años apretándonos el cinturón y ahora les toca a otros". Jean-Yves CENDREY, que vive en Berlín y acaba de publicar su novela Mélancolie vandale. Roman rose, Actes Sud, 2012, habla de "une ville à l'"anarchitecture" hallucinante, qui hésite entre l'effacement des traces du passé et le "tourisme de l'horreur" (Le Monde, 19.1.12).



Marinaleda, la solución
Crónica de una visita en febrero de 2011
La solución, sí, pero el problema está, sigue estando, alrededor. “¿No sois comunistas vosotros y tenéis trabajo y casa para todos? Pues ahí que nos vamos.” Eso les dice a los del ayuntamiento la gente que los llama por teléfono desde cualquier parte. Pero ésa no es la solución: Marinaleda no es Australia ni la Argentina de los años 20 con falta de mano de obra; ni el hospicio de San Juan de Dios que reparte la sopa boba. Marinaleda es el arca de Noé que se han fabricado ellos en medio del diluvio que está cayendo, y la gente se quiere subir a bordo en vez de fabricarse otra igual o parecida. El problema, ya se ve, es que el ejemplo no cunde, y que el municipio sigue siendo un islote autogestionario, comunista libertario, asambleísta, de gestión participada o como se lo quiera llamar, en medio de un océano planetario de sistema capitalista. Sin ir hasta Chicago o Shangai, El Rubio, que está a un paso, o Estepa, un poco más allá, no se han convertido a la nueva y siguen en la antigua fe. Es decir que lo que parece la solución, y lo que debería ser la normalidad, constituye la excepción absoluta y una rareza digna de museo. Ellos, en sus logotipos, emblemas, pintadas, etc., se autotitulan “Una utopía hacia la paz”. Son de hecho una utopía en marcha, un experimento del que ya se ven los resultados.
Marinaleda parece la solución, porque, muy al contrario que otros muchísimos experimentos socialistas, que han desembocado en la más drástica dictadura o en la hambruna nacional, cuando no en las dos cosas a la vez; que ocultan la miseria bajo cañonazos al vecino u obligan a la población en edad de merecer a prostituirse para sobrevivir; que amordazan, censuran, controlan y prohíben, en Marinaleda se vive en libertad y mucho mejor que antes. Claro que se lo han currado, que no ha sido fácil, que el alcalde Juan Manuel Gordillo ha salido ileso de dos atentados, que la policía los ha detenido, los jueces los han condenado y han pagado mil multas; que aún ahora los tienen acosados y desde que se montan a un camión para llevar a cabo alguna acción, ya los están denunciando por alteración del orden; que el alcalde tiene su sueldo de parlamentario andaluz confiscado por la justicia y que con las multas acumuladas por el sindicato CUT se puede empapelar una habitación. Pero ellos lo ven todo fácil, son los especialistas del hecho consumado. Todo lo que les parece justo lo hacen sin preocuparse de la legalidad, y así vienen actuando desde que empezaron a echar a andar esta experiencia revolucionaria. Un ejemplo reciente de lo fácil que lo ven todo y de lo eficaz de su método es que, cuando unos maestros llevaban semanas apostados delante de la delegación, en Sevilla, en demanda de no sé qué reivindicación sin obtener nada, llegaron las fuerzas del pueblo, entraron para adentro y lo resolvieron aquella misma tarde.
¿La revolución? ¡Hombre! Gordillo no lleva ni pasamontañas ni puro en la boca, ni es guerrillero ni va rodeado de hombres en armas. Los habitantes del pueblo no han fusilado a los caciques ni a los latifundistas, ni vencieron en batallas campales contra las fuerzas del duque del Infantado. Marinaleda es un ayuntamiento español, democráticamente elegido, donde hasta hay cuatro concejales del PSOE frente a siete de IU (del PP no hay). Claro que son herederos de una vieja tradición anarcoide andaluza de ocupación de tierras y que, como sus antepasados, entraron en el cortijo de El Humoso, propiedad del citado duque, a la brava, y tuvieron que vérselas con la guardia civil y con otros muchos obstáculos. Pero, mientras que aquellos antepasados abandonaban el campo sableados por los tricornios de a caballo, éstos han conseguido quedarse con las 1.200 ha. de un territorio hasta entonces totalmente improductivo. ¿Cómo? Con mucho empeño, mucho aguante y aprovechándose de una vieja ley que estipulaba que se podían expropiar la tierras puestas en regadío, que es lo que hicieron los ocupantes.
Marinaleda es una población donde existe la propiedad privada, empresas privadas, cooperativas, y jornaleros a sueldo del ayuntamiento. Donde, como cuentan los viejos, no sólo ya no hay hambre ni miedo, las dos plagas con las que convivieron desde siempre, sino donde todos se sienten “más ricos” y viven mejor. ¿Una revolución que hace a la gente más rica? ¿Qué clase de revolución es ésa, si al repartir lo poco que hay, siempre se llega a menos que antes? Pues en este pueblo andaluz de la campiña sevillana no hay paro ni problema de vivienda. Todos trabajan y son propietarios de sus casas. Los cooperativistas cobran 1.200 € al mes, los jornaleros sin tierra (el 84 % de la población activa), 45 al día en temporada de trabajo (aceituna, pimiento, habas, alcachofas, trigo, etc.). Los obreros de la planta aceitera o de la fábrica de conservas ¿cuánto ganan? (1) No lo sé. El problema de la vivienda se ha resuelto del modo siguiente. El ayuntamiento regala el terreno a quien lo necesita; éste edifica su casa con el sudor de sus sobacos, y para acceder a la propiedad, paga 15 € por mes. Nuestra informadora, Gloria, jornalera y joven madre de una niña, esposa de un albañil, ya tiene su casa adosada de dos pisos y 90 metros cuadradados que nos hace visitar, con aseos y cuarto de baño, cocina, cuarto de estar y tres dormitorios, terraza y un estupendo espacio jardín. En espera de que su nueva casa esté totalmente terminada y pueda trasladarse a ella, el ayuntamiento le cobra 28 € al mes de alquiler mensual por la casa idéntica en la que ahora vive. A eso lo llaman los vecinos y autoridades la “autoconstrucción tutelada”. El constructor accede a la propiedad, puede legarla a sus hijos y herederos, pero no dispone de ella para venderla o alquilarla.
¿En qué trabajan los que antes estaban –y ahora mismo están en muchos pueblos de Andalucía y aun de España– en paro temporal casi todo el año, salvo durante la recogida de la aceituna? En el campo, explotado ahora y plantado todo donde antes sólo era coto de caza privado, en las fábricas de productos derivados de la agricultura, en la construcción de viviendas y edificios públicos, en los muchísimos servicios que antes no existían. El municipio se ha construido un ayuntamiento nuevo, una casa de la cultura colindante, sede entre otras cosas de la televisión y la radio locales; dos campos de fútbol, uno de césped artificial y otro de yerba; un gimnasio, una piscina, un pabellón de deportes, una guardería infantil, un colegio y un instituto, además de las naves industriales necesarias equipadas con toda su maquinaria, y un parque con un anfiteatro para espectáculos al aire libre, etc. etc. Como aquello no es un koljoz ni una comuna, hay bares, restaurantes, pubs y discotecas florecientes, tiendas varias aunque pocas y no vimos ningún supermercado. Circulan tantos o más coches que en cualquier población circundante. Los jóvenes que se visten tan horteramente como en cualquier otro lugar y llevan los mismos pelos tiesos, telefonean, comen pipas y chuches, fuman y tiran las colillas por doquier, hacen posturitas con las bicicletas y se morrean en la biblioteca y ante los ordenadores dedicados al “feibú” (facebook).
De cómo la revolución, aun la más pacífica, incruenta e incluso legalista, tiene efectos positivos de una gran coherencia ideológica o filosófica en las conciencias. Frente a tanta seudoizquierda, que confunde nacionalismo estrecho y espíritu de campanario con revolución, en este ayuntamiento no ondea bandera española, ni andaluza ni de Marinaleda. La única que colgaba de un mástil era la del pueblo saharui, que dado su parecido, nosotros creímos ser la de Palestina. Pero esa asta abanderada es como un barómetro, o un boletín de noticias, y significa que algo malo le pasa al pueblo cuya bandera está izada. La solidaridad de esta gente modestísima con los pueblos más machacados del planeta no sólo se manifiesta por este simbólico izar banderas, sino que todos los veranos van a buscar y se traen niños saharauis y palestinos para que disfruten de vacaciones, con buena comida, piscina y cine al aire libre, aunque traerse a un niño del Sáhara cuesta 600 € el billete. Para eso, durante todo el verano, montan junto al cine una barra con bocatas y bebidas con cuyo producto sufragan los gastos de transporte. Las familias voluntarias acogen luego a los chavales, y se ven y se las desean para entenderse con los palestinos, que sólo hablan árabe o un poco de inglés y que, aterrorizados por sus experiencias pasadas en su tierra, intentan huir saltando la tapia o lanzan piedras contra las madres que los acogen.  
Otros efectos: todos se han vuelto republicanos sin darse cuenta, al igual que ateos. Bueno, no sé si todos, pero las dos iglesias, la de Marinaleda, y la de la antigua pedanía de Matarredonda, hoy parte integrante del municipio, están cerradas, no hay párroco en el pueblo, y el que quiera ir a misa tiene que irse a buscársela al pueblo vecino. ¿La semana santa en Andalucía se celebrará, aunque no sea más que por tradición y folclore? Pues no, nadie la ha prohibido, como nadie ha echado al cura, pero, ni pagando han encontrado los vestigios de una cofradía costaleros que carguen con su paso. Hace algunos años, el único que desfiló tuvo que hacerlo sobre ruedas. ¿Qué se celebra en esas fechas? La semana por la paz, o sea la semana santa por lo civil, que va por su veintitantas edición, cuenta con muchos y muy buenos espectáculos (actúan todos gratis), y que atrae a muchísmo público de todas partes (acampan o duermen en las instalaciones deportivas). Los espectáculos –flamencos, rockeros, cantautores, cuentacuentos o teatrales– son gratuitos, y si para alguno cuesta la entrada 5€, es que lo recaudado en taquilla va para alguna ONG. ¡Ah!, se me olvidaba: tampoco hay policía.
Todo empezó por los primeros años de la democracia, allá por 1979 y se agravó durante el felipismo, a partir de 1982. ¿Quién no recuerda aquellas huelgas de hambre reclamando trabajo, en las que participaba fuenteovejunamente todo el pueblo desde el alcalde y los concejales hasta viejos y niños? Luego, hubo marchas y ocupaciones de tierras y muchísimas cosas más, que a mí se me fueron borrando o no me llegaron, y Marinaleda se me había quedado como algo histórico y sin presente, como Casas Viejas, la comuna de Cronstadt o Durruti. Lejos estaba hasta hace poco de imaginar que los dos mil y pico habitantes habían seguido viviendo y luchando y ganando en la lucha hasta convertirse en lo que ahora es su pueblo: una solución así de fácil, un ejemplo que nadie parece querer seguir y del que nadie habla, tal vez por miedo al contagio. Nos quedamos con las ganas de ver y hablar con el alcalde, que estaba de lo más dispuesto a recibirnos, pero un día lo pasó entero en el parlamento de Sevilla, otro entre Andújar (Jaén) y Lebrija (Sevilla), y al final no paró un momento en el pueblo durante nuestra breve estancia.
No se nos olvide que los dos borricos que regaló al pueblo la asociación por la protección de la raza borriquil de Rute (Córdoba) se llaman Utopía y Libertad.
(1) A la pregunta de cuánto ganan, responde Gloria por mail : “el sueldo de las personas que trabajan en el molino decir que cobran 1200 euros como el resto de compañeros y las personas que trabajan en la fabrica 47 euros como los que trabajamos en el campo.”
Pequeño apéndice recordatorio. En las mismas fechas en que visitamos Marinaleda, la prensa nacional publica lo siguiente:
“El 80% de las empresas del Ibex 35 tiene presencia de manera directa en paraísos fiscales a través de sociedades participadas y no informan de cuáles son sus actividades en estos territorios, según la 7ª edición del estudio La responsabilidad social corporativa en las memorias anuales de las empresas del Ibex 35 referido al ejercicio 2009, y realizado por el Observatorio de Responsabilidad Social Corporativa. Así, el informe desvela riesgos de posible utilización de estrategias "poco responsables y claramente incoherentes" con los mensajes de sostenibilidad y contribución al desarrollo que las empresas del Ibex 35 ofrecen en sus memorias. En ese sentido, subraya que mientras que las inversiones de las empresas del Ibex 35 en paraísos fiscales han experimentado un crecimiento vertiginoso (entre enero y septiembre de 2010 la inversión ha sido el doble a la de todo 2009), en España la recaudación por impuesto de sociedades se ha desplomado un 55% entre 2007 y 2009, pese a que los beneficios empresariales de las grandes empresas en el mismo periodo solo han descendido un 14%. (El País, 11 / feb. / 2011)
Claro que ya Marx, en su alocución inaugural de la Internacional, en 1864, “comenzaba patentizando el gran hecho de que la miseria y las privaciones de la clase obrera no habían disminuido en nada durante los años de 1848 a 1864, a pesar de tratarse de un periodo único en los anales de la historia por el desarrollo de su industria y el florecimiento de su comercio.” (Franz Mehring, Carlos Marx, 1957, p. 345)
http://www.deredactie.be/cm/vrtnieuws/mediatheek/programmas/terzake/2.19975/2.19976/1.1226597 


 
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Viaje a Cuba
(abril 2007)
(Después de la visita del ministro español Moratinos, enviado como precursor bautista (nada que ver con Fulgencio, ¡oiga!) para anunciar nuestra llegada y allanar obstáculos, viajamos a la perla de las Antillas. Consultados el líder de la disidencia Eloy Gutiérrez Menoyo y el arzobispo de La Habana Jaime Ortega, todos coinciden en predicar la moderación y el diálogo, por lo que nos decidimos a emprender el viaje)
Introducción
¿Habrá cambiado algo Cuba en veinte años? —me preguntaba. La respuesta es: sí, muchísimo; casi todo a peor. Los cubanos a los que digo que no es la primera vez, me contestan unánimes que sí, que es la primera, que esta Cuba de hoy no tiene nada que ver con la que yo vi, “cuando la economía iba bien” (sic). En lo que ha cambiado es que si entonces, espontáneamente, todo el mundo nos abordaba para decirnos que viéramos lo bien que estaban, que dijéramos por todas partes cómo vivían de bien y en libertad, ahora, igual de espontáneamente, sin tapujos ni miedo alguno, nos dicen que ya no aguantan más, que viven en una inmensa cárcel, sin libertad ni justicia ni igualdad, y que no ven ni ahora, ni en un futuro más o menos próximo, el más mínimo signo de cambio. Han padecido varios ciclones y el último, devastador, el “Dennis” en 2002, pero ninguno tan destructor como el de 1989, la caída del muro, la desaparición del bloque socialista. Si en la primera visita, volvía uno con regocijado talante a los años 50 con sus cochazos destartalados todavía en funcionamiento, ahora el viaje en el tiempo retrocede mucho más a la época del caballo, del mulo, de la carreta de bueyes, de las calesitas y carricoches, que hace parecerse a Cuba a uno de esos poblados amish anclados en el siglo XVII del “Mayflower”. En la ciudad, la bicicleta desvencijada, los triciclos, los taxis a pedales, etc. reemplazan el tiro animal.
Sigue siendo aún bueno, y efecto socialista, el que no haya niños famélicos y descalzos rebuscando restos en los cubos de la basura, el que todos vayan bien vestidos y calzados a la escuela obligatoria y gratuita, que el analfabetismo siga inexistente (cifras oficiales), que se hayan erradicado enfermedades endémicas como la tuberculosis y que la medicina no sólo sea buena y gratuita sino que esté presente, al igual que la escuela, hasta en el último rincón de la isla. Aun la casita más pobre nunca llega a ser la choza de tablas, techo de palma y suelo apisonado de otros países caribeños; pero en La Habana ya surgen barrios de chabolas debido al éxodo rural. También me parecen positivamente socialistas el precio de una llamada telefónica, un céntimo de peso nacional, la gratuidad de muchos servicios, las fiestas y espectáculos callejeros en los que niños y grandes participan sin cesar.
Lo que sí está mucho mejor es todo lo referente al turismo. Poco tienen que envidiar los hoteles y resorts cubanos, los restaurantes, las agencias de coches de alquiler, los taxis para turistas, etc. a sus congéneres de otros países. El turista vive mucho mejor que antes, también con mucha mayor libertad y sin tener que recurrir a los guías oficiales y a los viajes organizados. También es verdad que al turista, la vida en Cuba le resulta ahora tan cara como en París o en Londres. Esta buena, aunque cara, vida del turista acrecienta el contraste y la sensación de injusticia para el autoctóno y establece de hecho para éste un auténtico régimen de apartheid
Diario de a bordo
5 de abril de 2007 : Mal tiempo en Granada, de donde sale el primer avión (Iberia) a las 10h05. Programado encuentro en Barajas con el manchego Paco, venido de Cantabria en autobús, y salida del segundo avión (Air Europa, excelente compañía) a las 15h10. Diez horas, dos películas y varias siestas, conversaciones y lecturas después, aterrizamos en José Martí a lo que para nosotros es la 1h10 de la mañana del 6. Debido a la insuperable lentitud de las aduanas y controles cubanos, y de las otras colas que debemos hacer para cambiar la moneda y buscar taxi, sólo llegamos a encontrarnos con nuestros dos amigos lioneses, Dominique y Thierry, llegados la víspera por Air France, muy de madrugada. Sorpresa monetaria: provistos los cuatro viajeros de abundantes dólares USA, nos enteramos de que lo que antes era la divisa y salvoconducto del turista extranjero se ha vuelto, por reciente ley, repudiado símbolo del imperialismo yanqui que todo patriota debe rechazar. Le sustituye orgulloso el peso convertible (CUC), al que todos los cubanos, aún no acostumbrados al cambio, llaman “dólar” (1 €  = 1,19 CUC; 1 CUC = 0,8 $). Otra pequeña sorpresa: estamos alojados en el otrora barrio residencial y aún lleno de fastuosas villas de Playa, muy lejos del centro, y separados en dos hoteles. Aún nos quedan fuerzas para celebrar el encuentro, beber los primeros “mohito”, comer algo y aun resistir a las primeras sirenas que vienen a engatusarnos con mil halagos. Nos acostamos a “nuestras” 5h30.
Viernes 6 de abril : Me levanto a “mis” 12h35, que son las 6h35 locales, es de noche y llueve estrepitosamente. En el hotel, repleto de extranjeros, sobre todo canadienses, aparte el español de Cuba sólo se oye el de algunas familias mexicanas. Los empleados cubanos siempre me parece que son muchos y que trajinan lentamente para ser ineficaces, pero más adelante, la impresión mejorará. Salimos los cuatro aprovechando los claros y saltando de parada en parada de autobús, hasta recalar en un chiringuito que sirve café por muy pocos pesos locales. Su dueño, antiguo ingeniero industrial de aviación, formado en China, nos felicita a los españoles por la visita de Moratinos, nos invita a beber el “pru oriental”, simpático brebaje que él fabrica y del que no sólo nos explica la composición sino que nos cuenta que “nuestro (sic) gran escritor Julio Verne ya habla de él en La isla misteriosa, llamándolo “bebida de raíz””. Como la lluvia arrecia, sacamos un brazo a la intemperie y enseguida, un Panhard de los años 50 con volante Lada de los 70 y asientos casi inexistentes, improvisado taxi clandestino, nos lleva, previa larga negociación sobre el precio, hasta el mismísimo centro habanero, la plaza del Capitolio. Como nos deja en la puerta de la fábrica Partagás y sigue lloviendo, entramos a visitarla. Guiados los cuatro por la francohablante María Dulce, visitamos una fábrica en plena actividad de donde salen Cohibas, Romeo y Julietas y otros Montecristos, que es como la visita de un museo de cera vivo, inmutable desde los tiempos en que los trabajadores, apasionados escuchadores de lectura, escribían a don Alejandro Dumas (¿nuestro gran escritor?) pidiéndole permiso para bautizar un puro con el nombre de su popular personaje. Las cigarreras, que tienen los dedos del mismo color que los puros, trabajan mucho para ganar muy poco —nos dicen— y sueñan con que un “papito” las lleve a España. No importa que sea tan viejo como yo, “por lo menos para empezar”. Paseándonos por el centro, llegamos al puerto, que está rodeado por las aguas (es un decir) de un mar tan negro como muerto, sin un pez ni un sola gaviota y con todos sus calamares en su tinta. Sentados en el pretil, desafiando las salpicaduras de brea, una negrita de blanco se acaba de casar con un “papito” blanco de negro: lloriqueantes violines ponen fondo sonoro a las fotos que les sacan en blanco y negro. En cuanto se aleja uno cuatro pasos de La Habana Vieja restaurada, aparecen barrios enteros bombardeados como en Sarajevo, Beirut o Grozny. Lo más sobrecogedor es que, por la noche, se encienden luces en esas ruinas: o sea que están habitadas. Por la noche, tras volver al hotel, cenamos nuestra primera de una larga serie de langostas en un paladar oficial y por lo tanto carísimo y no muy interesante, “Los cactus”.
Sábado 7 : Comenzamos el día radiante de sol con una visita a la muy neoclásica universidad de La Habana, vacía por completo al ser sábado, y desde aquella eminencia iniciamos un suave descenso hacia el Malecón. Al entrar en una modesta bodega creyendo que podrán servirnos un café, desencadenamos una serie de acontecimientos de lo más inesperado. Dos amabilísimas personas nos explican nuestro error y se prestan con mil amores a acompañarnos y guiarnos por el barrio. Surgidos de bajo tierra o caídos de una rama, emergen de improviso dos policías que, con muy malos modales, interpelan a los que serán nuestros amigos, el maestro Felipe y la joven abuela Regla con su nieta Estephany. Para cuando nos damos cuenta, los agentes que les acusan de hablar con turistas extranjeros, les han pedido los papeles, telefonean a la central y amenazan a la reincidente abuela con llevársela a comisaría. Volvemos sobre nuestros pasos e intercedemos todo lo que podemos por ellos sin que se nos haga el menor caso. Tras varias amenazas, los dejan en libertad y, a la abuela, sólo porque lleva una niña. Uno y otra, con quien compartiremos bastantes horas, nos van a contar en detalle y con dolorosa mansedumbre o amarga resignación, la persecución constante, las intimidaciones, la falta absoluta de libertad, las condiciones durísmas de la vida diaria. A pesar de nuestras protestas, van a seguir con nosotros para enseñarnos cosas que nunca hubiéramos visto: toda una larga calleja decorada por un pintor local en honor de la santería, con visita a su taller y degustación de “negrón”, el aperitivo local,  así como la casa en que se rodó la peli “Fresa y chocolate”, suntuosa ruina entre cuyos pliegues ha abierto un paladar oficial.  Como Virgilio en el umbral del paraíso, nuestros guías nos abandonan en la frontera de la ciudad para turistas. La catedral está cerrada, al contrario de todos los palacios de patios escurialenses y vegetación tropical. Al pie del que fue del gobernador de la isla, el pueblo baila en una especie de carnaval animado por un gran orquestón con sus muchos bailarines. Para quien haya visto “Queimada” de G. Pontecorvo u otras películas de la época colonial, la zarabanda popular al pie mismo de la sede del poder metropolitano, despierta escalofríos de sangrienta revuelta de esclavos. Vuelta al hotel en taxi, siesta, y regreso al centro, junto a la catedral, para una muy buena cena en un auténtico paladar escondido en un sombrío patio en ruinas. Al salir, el arzobispo Ortega, al que hemos visto entrevistado en El País la víspera de nuestra partida, ha abierto la catedral de par en par y nos invita a asisitir a la resurreción de Cristo con luces, campanas, incienso y campanillas. Un café en “La Bodeguita del Medio”, un daiquirí en el “Floridita” y a la cama en taxi.
Domingo 8 : Vamos al puerto, recogemos nuestro coche de alquiler y salimos camino de Trinidad, en la costa sur. Las carreteras, con poco tráfico, bastantes baches, más policías y muchos vehículos averiados en las cunetas, no ofrecen la más mínima señalización. Nos damos cuenta de que la única solución es preguntar cuando, gracias a unas señoras que aguardan un imposible autobús, nos enteramos de que llevamos 30 Km en dirección opuesta. Llanuras y líneas rectas hasta que nos acercamos a la costa. Allí nos espera un espectáculo dantesco. Cubriendo kilómetros y kilómetros de carretera, nubes de cangrejos marinos salidos del mar para ir a copular tierra adentro (pues es la estación del celo y lo hacen así) atraviesan la calzada en las dos direcciones y se dejan aplastar por nuestros neumáticos y los de los otros vehículos que recorren aquella zona, sin que ninguna precaución logre evitarlos. No sólo la mortandad es escalofriante, así como el chasquido y el olor de tantísimos cadáveres, sino que, para completar el cuadro infernal, las tiñosas bajan a darse un banquete y algunas de ellas, sin tiempo para alzar el vuelo, también son atropelladas y dejan su negro plumaje entre los cascarones rojos. Nuestros neumáticos resisten, cuando muchos otros, incluidos los de coches de turistas, sufren pinchazos de pinzas y tienen que lanzarse a cambiar la rueda en medio del campo de batalla. Qué espectáculo apacible el de un cangrejote rojinegro, de ojitos de lechuza, que, ajeno al apocalipsis, se lleva delicadamente a la boca con sus pinzas bocaditos extraídos de un congénere machacado. No lo haría con mayor deleite un chino con sus palillos comiéndose un txangurro. Atravesamos los arrabales de Trinidad para encerrarnos en nuestro gueto de ricos, nuestro resort de la playa de Ancón.
Lunes 9 : Farniente y playa a domicilio, cócteles gratuitos a todas horas. A la caída de la tarde, cuando mengua el calor y la ciudad se vacía de turistas, visitamos Trinidad, la bella durmiente del bosque que ha atravesado siglos y ciclones sin inmutarse y sigue tomando el fresco en mecedoras en interiores vastísimos y tras altas rejas. Es verdad que el último, el “Dennis”, se ha llevado más de un tejado, ha quebrado barrotes como si fueran palillos, abierto puertas ciclópeas y obligado a que le dieran diecisiete puntos en el hombro al joven guardián del Museo Nacional de la Lucha contra los Bandidos, antigua iglesia franciscana; pero, como el Valparaíso de Neruda, renace de sus ruinas y vuelve a pintarse de colores. Compramos artesanía por compasión (“todo por un peso”) a las viejecitas de dulce sonrisa. Los conventos e iglesias desamortizados no datan de Fidel sino de… ¡Mendizábal! que hasta aquí llegó. De vuelta al turístico hogar, Paco nos hace en escena una demostración de “paso universal” y a punto está de ganar el primer premio de danza entre los turistas. En el sur, sequía, y ganado abundantísimo, pero a menudo esquelético.
Martes 10 : Farniente bis, aunque deportivo, con playa, piscina, paseos y hasta footings para los más valientes. Por la tarde, somos tres los que salimos a visitar Sancti Spiritus, la capital de la provincia. Como queda un asiento en el coche, el de Paco, no paramos de cargar autostopistas, que van a ser nuestros mejores informadores, sobre todo una joven médica. Tras ocho años de estudios, trabaja en un pueblecito perdido en el que, cada mes, tiene cuatro días seguidos de asueto de los que pierde buena parte en el transporte, gana 18 CUC y se muestra indignada ante las injusticias entre los privilegiados del régimen (los coches con matrícula azul) y los demás, es muy pesimista respecto al porvenir y dice que si algo cambia algún día, “será muy duro porque el país está muy militarizado”. Cuando pasamos ante inmensas granjas abandonadas, cochiqueras o corrales en tiempos mejores, hoy en ruinas, los califica de “monumentos al socialismo”. Otro autostopista es un fan del Real Madrid, otro está tan reventado por el trabajo que no puede hablar. Sancti Spiritus no tiene mucho que ver, aunque no haya ciudad en Cuba que no tenga sus hidalgas mansiones y sus plazas porticadas; su cerveza, “La Polar” no es tan buena como las otras, “Cristal” y “Bucanero” (por cierto que la “Hatuey”, de la que tan buen recuerdo tenía, desapareció en el desastre del 89); pero, en cambio, tiene un excelente limpiabotas que nos deja el calzado, para envidia de turistas italianos, mejor que nuevo. También tiene una escuela de ajedrez de la que ya han salido dos campeones nacionales y a la que se le acaba de averiar el magnetoscopio con el que veían partidas internacionlaes. Me piden que les busque la pieza averiada en España y se despiden de mí esperanzados (?) y con saludos fraternales.
Miércoles 11 : Farniente ter. Por la noche, yendo a Trinidad a cenar en el mejor y más íntimo paladar de todos los visitados la mejor de las langostas, descubrimos que la ciudad dormida despierta por la noche, sale de su ensimismamiento secular, se convierte en la reina de la movida y se lanza a bailar frenética en todos sus salones, plazas y escalinatas hasta las seis de la mañana (¡que aprenda La Habana!). Nosotros nos retiramos a las 2h.
Jueves 12 de abril: Volvemos a la capital, pero, en vez de hacerlo por las monótonas llanuras de la ida, lo hacemos por la densa selva de la sierra de Escambray, donde sólo faltan los monos y los loros. El día, que empieza gris y brumoso, se resuelve en una cortina de agua cuando me toca llevar el volante después de Matanzas. Llegados a La Habana, aprovechamos el coche para ir al centro a cenar en un restaurante elegante, el “Florida” (no confundir con el “Floridita, la cuna del daiquirí”) no más caro que los demás (18 CUC), aunque sito en un palacio y con camareros que hablan francés. Donde aprendemos la lección de que nunca hay que beber vino en Cuba sino sólo cerveza, y de que si hasta el peor cigarro es bueno, hasta el vino más caro es malo. No nos cansamos de recorrer de día y de noche en coche los siete km del Malecón, sede del botellón local, más manso y romántico que los españoles.
Viernes 13 : Paco por su cuenta hasta el día siguiente. Los otros tres devolvemos el coche, que un abuelete nos ha lavado por la noche en espera de algunos pesos, y aprovechando que estamos en el embarcadero de ferrys y cruceros (donde no se ve ni un barco), visitamos toda otra parte de La Habana Vieja, menos céntrica, pero que también tiene sus muchos palacios, iglesias y conventos transformados en museos o salas de conciertos. Vemos así el primer Congreso de la nación, un palacete muy majo que fue su sede hasta el traslado en 1929 al Capitolio. Hasta vemos una iglesia con culto, en bastante ruinoso estado, con un “perro católico” dormido en la nave central. Es lo que nos dice el sotasacristán vendeestampas de la entrada. Para gastar nuestros últimos pesos pobres, empeño de nuestro tesorero Thierry, comemos más pobres bocadillos de ternilla de cerdo y otras gollerías, responsables sin duda de ulteriores desarreglos intestinales colectivos. Tras un rato de piscina en el hotel, con un taxi improvisado aquejado de pequeños achaques y breves averías, volvemos a nuestro centro de la calle Obispo, plaza de Armas, catedral, etc. Cenamos muy bien, con música, mojitos y puros, en “La Mina” de junto al palacio del capitán general. No resulta muy edificante que, en la noche habanera en la que todos andan desbocados a la busca de unos pesos,  un último modelo de Mercedes con matrícula oficial aguarde con encorbatado chófer al volante a la puerta de “La Bodeguita del Medio”.
Sábado 14 : Día de despedida sin mojitos ni daiquiríes para los tres: sólo farmacopea. Las últimas horas se nos van en pasear por la animadísima calle 23, sentarnos en la heladería “Coppelia”, visitar el interior del suntuoso hotel “Nacional”, por el que han pasado todos los actores de Hollywood, todos los dictadores de América Latina y todos lo capos de la mafia de Chicago. En el aeropuerto, un último testimonio estremecedor: un joven de 30 años que ha acudido con toda su familia a despedir a su “afortunado” padre, contratado en España por unos cuantos meses, nos confiesa que ha sido balsero dos veces, devuelto la primera por los cubanos y la segunda, por los yanquis. Desde entonces, no tiene trabajo, vive desesperado y con la impresión de que ha perdido 30 años de su vida. Toda la familia, hasta la arrugada abuelita que me da su dirección para que la próxima vez vayamos a su casa donde nos alojará sin cobrarnos un peso, coinciden en proclamar su angustia, su desesperanza y la envidia que tienen de nosotros. Son gente muy modesta y el padre va a trabajar en una empresa de desratización, que a él le parece la panacea y la puerta del paraíso.
Apéndice alfabético
Apartheid : como prueba del régimen de segregación que reina entre cubanos y extranjeros, una autóctona que ha conseguido romper el cerco y casarse con un extranjero, puede alojarse en un hotel para turistas (como el nuestro de Ancón), pero no puede recibir en él a familiares suyos residentes en la vecina ciudad de Trinidad.
Bares : los hay que sólo son un mostrador y ron. Ni cerveza, ni café, ni agua corriente. Otros sólo tienen cinco cervezas, las últimas que les quedan. Los que tienen un grifo de cerveza, no tienen presión ni espuma, sólo un líquido medianamente fresco y amarillento. Claro está, todo esto en los bares indígenas, no en los nuestros. En uno de los que no tienen nada, mandan a una mujer a que nos busque cerveza a una tienda y vuelve al rato sin haberla encontrado; pero, en una segunda expedición, consigue traernos café. El dueño, gerente o estafermo del local, asiste acodado al mostrador a los esfuerzos de la comadre, vendedora callejera de fritos grasientos.
Carroñeros : el zopilote, urubú o aura local se llama “tiñosa” y se lo merece.
Colonial : sorprendente término que engloba, contradictoriamente y sin ser exclusiva cubana, los polos más opuestos. Si por un lado constituye el pasado contra el que se construye la moderna  identidad independiente, ensalzada a través de los numerosos monumentos ecuestres a todos sus caudillos sin hablar de la ubicua presencia de Martí, por otra parte, también es la fuente de un orgullo histórico y cultural (arte c., arquitectura c., patrimonio c., estilo c., etc. etc. etc.), que atrae al turismo, es fuente de divisas tanto o más que el paisaje y consigue reconocimientos mundiales de la UNESCO y otros organismos. En este mismo sentido, es curioso observar que blasones imperiales de Carlos V, yugos y flechas, medallones de los Reyes Católicos y divisas imperialistas de aquellos avasalladores monarcas figuren en fachadas neorrenacentistas de edificios públicos construidos en 1929, 30 ó 31, más de un cuarto de siglo después de la independencia.
EEUU : su embajada, legación, oficina o lo que sea, que da al Malecón y está protegida por barreras de hierro y de policías cubanos, tuvo hace algún tiempo la peregrina idea de instalar una pantalla gigante en su fachada para difundir noticias del “mundo libre”. Las autoridades cubanas reaccionaron de inmediato bombardeando con toneladas de decibelios y de luz cegadora la dicha pantalla. En la actualidad, aunque los yanquis aún hacen desfilar letras luminosas por las ventanas de su edificio, un bosque de banderas negras que ondean a poco metros impiden la lectura de aquellos mensajes.
Horarios : muy poco españoles. Para las seis de la tarde, ya cierran todos los expendios  indígenas; pero no se vaya a creer que los turistas pueden pasar toda la noche de farra. A las doce de la noche, cierran “La Floridita”, “la Bodeguita del Medio” y los locales más emblemáticos y hemingwayanos. En cuanto a los horarios de trabajo, la recentísima ley de primero de abril, todavía no aplicada, pretende fomentar la productividad nacional y hacer que se trabaje ocho horas al día. La penuria de transportes hace absolutamente inaplicable esta ley y amenaza con penalizar injustamente a los trabajadores.
Información : escasa, casi nula. No existen parabólicas; la tele sólo da béisbol; la radio cuenta chistes o sainetes rancios de algún Arniches local alternados con música dedicada; no hay internet. (v. periódicos)
Matrículas : azules, del Estado; verdes, militares; rojas, empresas (de Estado); anaranjadas, extranjeros residentes; granates, coches de alquiler; amarillas, coches privados (los menos numerosos, algo más los fines de semana), únicos sometidos al régimen de racionamiento en carburante, obligados, en cuanto se les termina, a recurrir al carísimo mercado negro (en CUC).
Monedas y precios: dos sistemas paralelos, el del CUC y los precios elevadísimos para el turista y el del peso nacional para el cubano. Así se pueden leer rótulos: “Esta unidad oferta en moneda nacional”. El dólar, otrora rey, es hoy aceptado a regañadientes a un cambio ridículo (1 CUC = 0,80 $). El cubano cobra en pesos locales (1 $ = 25 pesos) y compra con su cartilla de racionamiento los artículos básicos. Si ésta se le agota o quiere comprar artículos que no figuran (aseo, cosmética, etc.), debe acudir a otras tiendas en las que se paga con convertibles (CUC). De ahí, el interés por trabajar en contacto con el turista proveedor de moneda fuerte, vendiéndole puros clandestinos, proponiéndole “paladares” o putas,  ofreciendo cualquier vehículo como medio de transporte. (v. propinas)
Músicos : tan numerosos como los polis. Otra forma de arrimarse al turista y de sacarle perras pasando la bandeja y vendiéndole CDs. Todos los bares y restaurantes de las calles céntricas, todos los hoteles y resorts de las playas, por pequeños que sean unos y otros, tienen su conjunto musical maraquero y sabrosón con una flautista femenina.  Tocan y cantan de la mañana a la noche hasta el cierre del local. Como los locales están abiertos a todos los vientos, el pueblo se arremolina junto a las mamparas para disfrutar del espctáculo gratuito y bailar en las aceras.
Países hermanos : aquéllos que se esfumaron de la noche a la mañana tras el paso del ciclón de 1989. Antes, sus ciudadanos, recompensados en sus funciones, ocupaban, alegres y borrachos, los hoteles abandonados por los norteamericanos y que ahora ocupamos nosotros. A esos mismos países acudían a trabajar (no he llegado a saber en qué condiciones) cubanos con los que hemos hablado. A China, a Checoslovaquia, a Alemania del Este. De China regresaron pitando en cuanto estalló el desmadre general de la “revolución cultural”. En Alemania, mucho frío; en Checoslovaquia, buena cerveza y buenas mujeres, pero muy racistas con los negros. De los nuevos países hermanos, destaca Venezuela, cuya bandera aparece a menudo entrelazada con la cubana en carteles, parabrisas o pintadas oficiales. Noticias de aquel país aparecen con frecuencia en la radio y en la tele —al menos en los hoteles, donde se captan canales venezolanos y podemos ver en directo el show semanal del presidente Chávez.
Paladares : lo que en un principio fue un sistema semiclandestino, o semitolerado, de restaurantes a domicilio a buen precio para el turista, ha bifurcado en dos tipos. Uno, restaurante carísimo y no siempre bueno abiertamente expuesto al público sin tapujos; otro, mucho más barato y casi siempre mejor, al que se invita en voz baja con gesto de reventa de entradas para los toros. La diferencia de precios va de 20 a 8 CUC. De hecho, toda familia cubana regenta un paladar eventual: basta con preguntar. Toda ama de casa cubana tiene langostas en reserva por si pica algún cliente, ya que langosta es casi el plato único de estos agradables comederos familiares.
Periódicos : no los hay. Ni quioscos, ni librerías en que se vendan. El aeropuerto internacional José Martí de La Habana debe de ser el único en el mundo en que uno no pueda encontrar lectura para el viaje. Para compensar, se puede fumar. Granma, el órgano del partido, especie de hojita parroquial de ocho páginas diarias, casi habla exclusivamente del pasado. Junto a las gloriosas efemérides, que ocupan páginas y páginas, algo de béisbol.
Perros : los perros vagabundos más miserables de todos los continentes. Aguardan,  tambaleantes y carcomidos por todas las sarnas y parásitos, de pie como toros heridos de muerte, a que las tiñosas bajen a comérselos.
Policía : omnipresente y activísima, de todos los colores, incluida la militar y la “especializada”, de gris azulado. En carretera, controlan la velocidad a ojo, sin radar, pero su juicio es inapelable. En la ciudad, controlan sin parar a los ciudadanos, a los que piden los papeles, los cotejan con la central por teléfono móvil y esposan con relativa facilidad. Los turistas no existimos para ellos.
Propinas : medio de subsistencia que hace que, poco a poco, la población vaya abandonando sus profesiones y se dedique a camarero, mujer de la limpieza en hotel, taxista o cualquier otra en contacto con la gallina de los huevos de oro llamada turista. Junto a la prostitución, también párasita del turismo, las otra ubre que alimenta al mísero cubano.
Prostitución : una de las poquísimas profesiones rentables. Cómparense los salarios abajo enumerados con las tarifas practicadas en este ramo. La felación sale por unos 20 CUC, la noche entera por unos 40 ó 50. Así se entiende lo extendido de esta práctica entre las profesionales más cualificadas de otros ramos, ingenieros, médicos, etc. No nos parece exagerado afirmar que el Estado, culpable ya de instituir un apartheid de hecho entre cubanos y extranjeros, empuja además a sus ciudadanas (pero también ciudadanos) a prostituirse para sobrevivir, saltándose en este caso las por otra parte muy estrictas leyes de la segregación que él mismo establece.
Salarios : maestro, 10 CUC mensuales; profesor de instituto, 12 CUC; médico, 18 a 22 CUC; políticos y militares medios, 28 CUC; policías, 32 CUC.
Transportes : la peor pesadilla nacional. Desde la instauración del “periodo especial”, que dura desde el año 90, la escasez de carburante hace que la mitad de la población que no circula a lomos de o tirada por animales, aguarde horas y horas al borde de las carreteras el paso de algún vehículo motorizado. Trata de paliarse esta penuria mediante la acción de inspectores uniformados de amarillo que detienen los vehículos del Estado (camiones, furgonetas, etc.) para meter en ellos a los viajeros que caben. En la capital, uniformados de azul pueden hacer lo mismo con los coches particulares, no con los de los extranjeros. Las demoras que esta escasez ocasiona redundan en la falta de productividad del trabajador cubano (gran preocupación de las autoridades), es causa de angustia permanente y penaliza al trabajador acortando su tiempo de descanso.
Viejos : tan temblorosos y tambaleantes como los perros, son de los pocos que piden descaradamente limosna, de tanta como debe de ser su necesidad. Sus pensiones deben de ser tan escasas que los que no mendigan, venden el Granma (“Cómpremelo pa comel”), o “maní tostao”, o chupa chups, o un turroncillo como el guirlache. Todos ejercen “modos de vivir que no dan de vivir”, como decía Larra, aunque hayan sido ingenieros, informáticos o técnicos. Si no tan viejos como ellos, ya que datan los más antiguos de 1947 ó 48, pero igual de renqueantes, aún se mantienen en pie, sostenidos por las capas de pintura sucesivas que los transforman en pasteles de hojaldre o milhojas, los modelos norteamericanos de Pontiac, Chevrolet, Mercury, Oldsmobile, Chrysler, Studebaker, etc.

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Boda hindú en la isla Mauricio
(novembre 2007)
Introducción
Después de haber aisitido con temblor a una tenida de Macumba en Rio de Janeiro, en compañía del hoy difunto Jacques Poulet, y de haber disfrutado, en compañía del preste Rafael Janín, de un entierro togolés tan alegre y jaranero como unos sanfermines, dudaba entre apuntarme a una circuncisión tuareg o a una extrema unción samoyeda, cuando nuestro joven amigo Vijay Seerputtee, nativo de la isla Mauricio, a quien por la más pura chiripa conocimos allá por el año 2003 en precedente visita a aquella isla, nos envía una invitación redactada en inglés, impresa en la India y presidida por el benévolo dios elefante Ganesh, allanador de todos los obstáculos, a asistir a su desposorio con la joven mauriciana hindú Selvee Munisami. A esta joven aún no teníamos el gusto porque, en aquel entonces, Vijay era un joven delgadito y tímido, con más pinta de seminarista que de futuro esposo; pero sí que sabíamos ya que, en cuanto se casara, nos invitaría a la ceremonia. Dado que estos indios, como luego se verá por la crónica, son muy dados a ceremonias sin fin, casi asistimos desde Granada, mediante la técnica moderna, a la interminable de los esponsales o pedida de mano, gracias a cuyas imágenes en movimiento pudimos conocer a la prometida y a toda su familia y su parentela y amigos.
Adviértase que, aunque la invitación venía redactada en inglés, lengua oficial de aquel insular estado, la comunicación que siempre mantuvimos con todos los ciudadanos de aquel país fue en todo momento en francés, lengua más hablada, o por ser más precisos, más escrita, ya que lo que siempre se practica oralmente es el créole o kriol, el comodísimo esperanto en el que se entienden los antiguos colonizados por Francia. Recuérdese a este respecto que la paradisíaca y volcánica isla fue sucesivamente de nadie, portuguesa, holandesa, francesa e inglesa, antes de volverse indepediente en 1968. Si por escrito la isla es por lo menos trilingüe, la gente, como nuestros amigos, es como mínimo cuatrilingüe. Dado que la mayoría de la población es de origen indio, los ciudadanos, que ya hablan por orden de preferencia créole, francés e inglés, saben suficiente hindi como para seguir las pelis de Bollywood en la tele sin subtítulos, sin olvidar la lengua de su comunidad, que puede ser otra lengua india, el tamul, por ejemplo. Dígase otro tanto de los chinos, que son menos. Los negros de África, que son la segunda comunidad después de la india, no tienen más lengua propia que las tres de base, al igual que los blancos.
Diario de a bordo
17 de nov. de 2007 : Para bajar hacia los mares del Sur, hay que subir al norte, y por etapas. No es tan fácil esto de ir a Mauricio desde Granada. Un primer vuelo Spanair a Barcelona; un segundo Air France a París; un tercero idem de París a Mahébourg, en la costa este de la isla, adonde llegamos el 18 a las 11 h locales (las 8 de la mañana en casa). Brisa tibia, humedad, nubes. Nadie nos espera con un cartel a nuestro nombre. Así que hay que cambiar euros por rupias, una ganga, y coger un taxi que nos lleve, por 1.500 de ellas (1 euro = 44,16 rupias), hasta nuestro destino en Rivière Noire, en la  costa oeste. Josette, la dueña de nuestro hotelito playero “Les Lataniers bleus”, nos espera en la puerta y, para hacerse perdonar por no haber ido a buscarnos, nos invita al aperitivo. Algo han cambiado las cosas desde nuestra primera visita hace cuatro años, nuevas casas, algunos centros comerciales con  restaurantes elegantes, más turismo, pero nada se ha movido en el jardín del Edén, en cuya exigua playita vienen a morir los lengüetazos de este océano Índico tan mansurrón, domesticado por la barrera de coral contra la que chocan las olas en el horizonte. Los mismos numerosos y variados pajarillos descarados, descolgándose desde los árboles floridos, vendrán a reclamar su porción de espadón ahumado o a robarnos al menor descuido algún gajo de la ensalada de frutas. Si a las 19h ya es de noche, al día siguiente el sol saldrá a las 5 de la mañana. Los días también son más largos en el verano de los Trópicos, pero sobre todo, por la mañana, lo que nos recuerda los horarios de estas islas Mascareñas, tan gallináceos en el madrugar como en el irse a dormir.
19 / nov / 07 : Por consejo de Josette, corremos a la más próxima agencia a reservar billete aéreo para Rodrigues, la menorca de Mauricio, pero no va a ser tan fácil franquear la puerta de aquel paraíso aún más cerrado para muchos (dixit el granadino Soto de Rojas). Por lo cual, nos subimos al primer y abarrotado autobús que va hacia la capital, Port-Louis, que sólo está a 21 rupias de distancia (unos 35 kms. en euros). El encanto de este puerto cosmopolita y multicolor, en el que pagodas, mezquitas y abigarrados templos hindúes se codean con mercados, mercadillos y mercadejos, residía en su atmósfera de leyenda de marinos a lo Orson Welles; pero, con la ayuda del turismo y de algún tifón que otro, las casas más antiguas y pintorescas se van cayendo y van siendo reemplazadas por edificios altos sin ningún carácter. Dentro de poco, ya podremos presumir de haber conocido la ciudad en su buena época y de inventar lo que nos dé la gana: que había fumaderos de opio, garitos clandestinos y procesiones de disciplinantes con elefantes pintarrajeados. Volvemos conducidos por un taxista musulmán que casi nos convence de que la suya es la verdadera. Cuando queremos ir a ver a la familia del novio, que vive a un paso de nuestras “Azules Latanias”, se nos dice por teléfono que aún no ha vuelto del trabajo, que lo dejemos para mañana. Pero Ganesh vela con su trompa por nosotros y, de regreso al hogar, ¿a quién vemos abriendo la puerta de su cochecito blanco? A Vijay, más fuerte, con bigote, hecho todo un hombre y liadísimo porque al mismo tiempo que su trabajo, tiene exámenes (una especie de oposición) y miles de preparativos para la boda. Todo lo cual lo cuenta con la más esplendorosa sonrisa, sin prisas y con la serenidad de un dios de su panteón.
20 / nov / 07 : Hoy a quien vemos, también en la carretera general y de casualidad, yendo al nuevo centro comercial del barrio, es a su madre, igual de menudica y risueña que antes, con su punto rojo en la frente, sus gafillas y su sari hasta el suelo. Playa y cena de lo más internacional chez Josette.
21 / nov / 07 : Como aún no se nos abren las puertas de la casa paterna, madrugamos y nos lanzamos a ver brincar delfines y nadar peces de colores en alta mar. Una potente motora nos recoge en la playa y nos arroja al agua en medio de unos y otros para que los veamos de cerca. Por la tarde, cruzamos la carretera y nos acercamos al lugar del próximo festejo. Como hace cuatro años, una jauría de perrazos malas pulgas defiende todas las entradas de la finca de la que los padre son guardianes, y hay que aguardar a que alguien de la familia los amanse y nos dé paso franco. En medio de la manada de fieras, sobrevive de milagro, asustadiza y cariñosísima, la pobre perrilla Zara, con quien Patty ha mantendio correspondencia durante todos estos años y a quien trae de regalo un hueso sintético con sabor a pollo. Un reciente bocado de uno de sus colegas le ha abierto una brecha en un sobaco delantero que ha habido que cerrar con no sé cuántos puntos. En precedente lid —se nos contará—, un mordisco en la garganta la dejó afónica durante no sé cuánto tiempo. Y eso que es la niña mimada de toda la familia. Por fin nos enteramos del programa, que empieza mañana con las primeras preces, aunque Vijay sigue ocupadísimo con todos sus exámenes; así como del menú del domingo, que, cada vez que lo cuenta, hace brillar los ojos de papá Beto: habrá pescado y pollo y ciervo y chivo. ”¿Chivo?” —me asombro. “No, cabrito” —se corrige. Todo esto para ellos es “carne” y algo excepcional, incluido el pescado, en una familia de lo más vegetariano. Les hemos traído turrones y un mantón bordado a la madre y una buena botella de brandy al padre, pero por ser costumbre entre ellos, ni abren los paquetes ni se enteran de lo que hay dentro.
Yo suponía que la impaciencia juvenil era la responsable de que la fecha, inicialmente prevista para vísperas de Navidad, se adelantara hasta estos fines de noviembre, pero ahora se nos aclara que la buena idea de celebrar la boda en plenos exámenes del novio y antes de empezar sus vacaciones es un hallazgo zodiacal del arúspice o cura que los va a casar, que aquí no se llama mosén sino “pandit”. No es más que un primer atisbo del peso de la religión sobre esta buena gente.
Jueves 22 : Primer día de festejos. Desde la mañana, innúmeros operarios montan una carpa circense en el jardín, aserrando ramas a troche y moche para que quepa, y los perros, para que no devoren a los visitantes, están encerrados como fieras en sus jaulas. Sus ladridos atronadores nos acompañarán durante toda la duración de los actos, o sea hasta el domingo por la noche. Los carniceros, con el tío Dunn a la cabeza, pican menudo la carne de ciervo.
A las cinco en punto, como se nos ha avisado, acudimos a vísperas, que ya han empezado y van a durar sus buenas tres horas y media. La acción ocurre en una exigua habitación asfixiante a la que se nos hace el honor de pasar y tomar en ella asiento. Sentados en el medio en sillitas de juguete, y frente al iconostasio de todos los diosecillos, lamparejas y ofrendas varias, el padre, la madre y el novio, más un niño de unos diez años, “el niño del aire”, y junto a ellos, el pandit, un cura muy joven, que oficia como las brujas de Macbeth, echando sin parar cosas al fuego y entonando sin desánimo letanías sin fin. Los rezos de esta queimada, que empiezan siempre por el larguísimo “ooooooooooommmmmmmmm”, están en sánscrito y sin súbtítulos. Lo que captamos son los nombres de los dioses, Brahma, Visnú, Shiva y muchos “Hare Krishnas” y muchos “shaaanti, shaaanti, shaaanti”, que se parecen mucho a nuestro cristiano trisagio. ¡Un bombero, por favor! No sólo la temperatura sube peligrosamente sino que me estoy temiendo que el ígneo ceremonial dé al traste con estas bodas de Camacho y lo reduzca todo a pavesas. Velas, lámparas de aceite, barritas de incienso y el braserillo al que el pandit arroja todo lo que encuentra reposan sobre un piso de cartones que cubre toda la habitación. Tose y lagrimea la asistencia toda, pero sigue la misa con fervor. El curilla transporta todo su material litúrgico en una cesta de la compra, de la que lo mismo te saca astillas para el fuego que las mil y una especias con las que nos perfuma, que pétalos y granos de arroz con los que sin parar riega a los impetrantes, que los misalejos amarillentos en los que lee sus rezos. Cuando parece que todo se ha terminado, la comitiva se desplaza al exterior —¡uf, qué respiro!— para volver a empezar el ritual ante el altarcillo que toda casa hindú tiene en el jardín. El santo patrón que allí reside no es el trompudo Ganesh, sino un dios mono, muy protector también y muy bueno para estas ocasiones. Se le lava con aguas y aceites del acto anterior, se le viste con rojos paños y se le cubre de flores y ofrendas; se renuevan los paños de las banderas que tremolan en astas de bambú en todos los hogares y se le encienden otras tantas lámparas.
Cuando todo ha terminado, primera cena auténticamente hindú, sin plato ni cubiertos, vegetariana y sin un gramo de alcohol. Lo más fuerte que se nos sirve es pepsy cola, pero las mil y una cosillas que nos ponen encima de una hoja de palma y que vamos a mezclar con arroz blanco con los dedos son una verdadera delicia. Al volver ya tarde a los “Lataniers”, todos nuestros nuevos amigos aguardan el informe y, al enterarse de que, para nuestra gran sorpresa, Vijay me ha regalado un atuendo indio de arriba abajo, hasta con sandalias, reclaman un desfile de modelos. A Patty, a la que, no sabemos muy bien por qué, no le ha regalado un sari, le ha dado un perfume y unas “tikas” autoadhesivas, unos adornitos muy bonitos para pegarse muy indiamente en el entrecejo.
Viernes 23 : A las 10 de la mañana, zafarrancho de combate. A decir verdad, cuando llegamos para ayudar a esa hora a la que se nos ha convocado, el mujerío de atavío multicolor ya hace rato que trajina en torno a los múltiples fuegos, que amasa y rellena pasteles de coco, que fríe, guisa, pela, ralla y cuece. La juventud de ambos sexos decora a profusión el chiringuito entoldado y Beto y Leela, sin perder la sonrisa, están en todas partes. Mientras Patty se integra en una brigada amasadora, yo acompaño a Beto, al bigotudo y simpatiquísimo tío Dunn y al conductor a buscar el choto en una camioneta pick-up. Una primera etapa para dejar al tío en su trabajo, una inmensa y modernísima ganadería de monos, propiedad del dueño de la casa de Vijay, que exporta macacos a los mejores laboratorios de EEUU y Europa. Primero fue el azúcar, luego el textil, ahora los monos. Segunda etapa, en un caserío, para recoger unos cuantos jacs, o jaks, frutotes gigantescos de piel granujienta y resinosa que deben de entrar en la composición de alguna receta culinaria. Tercera, para recoger en otro pueblo al bicho, diablillo negro adolescente, con incipientes cuernos y piel lustrosa, al que hay que atar corto en la cama y junto al que Beto hará el viaje de vuelta arrimándole forraje al hocico. A la vuelta, la fábrica a pleno rendimiento. Humo por todas partes. Patty se afana y acarrea grandes bandejas. A mí me ponen a coger pasteles recién fritos, a contarlos y a meterlos en grandes cajas de cartón. Eso de contar pasteles me suena a novatada, pero, en fin, así parece que ayudo. Así se trabaja, con pausas por turnos para almorzar, hasta las cuatro y media o cinco de la tarde. El menú, siempre exquisito, cambia cada vez.
Después de una buena ducha en casa, vuelta a las 18h para vivir nuevas aventuras. Nueva ceremonia en manos de las mujeres esta vez, sin presencia de curas ni sacristanes. Ellas son las que, dirigidas por el ángel de la guarda o “hermana”, que es una prima del novio, vestidas todas con los más vistosos saris, lo lavan y lo restriegan —¡vestido, oiga, no vayan a creer!— con aguas de coco y otros caldos lustrales, lo bendicen y lo sahúman. Purificado y bendito, ingresa en prisión, vigilado por la “hermana” sheriff. La cárcel de amor en la que lo encierran, que no es sino otra pequeña habitación de la pequeña casa, admite visitas y, aunque hasta para ir al baño, lo acompaña su carcelera, los visitantes podemos hablar con el cautivo en el locutorio, por encima de una barrera de cartón que, simbólicamente, cierra la puerta. No es tanto el rigor del presidio que no pueda hablar por el móvil con su novia, a la que, dicho sea de paso, aún no concemos y que debe de estar padeciendo parecido calvario preconyugal en casa de sus padres. Parecido, pero no idéntico, ya que ella es de la comunidad tamul, o tamil, y él de la maharati, que debe de ser como si una fuera católica y el otro protestante, o quizás menos.
Sábado 24 : Por la mañana temprano, sin que nosotros asistamos, las mujeres han cubierto de azafrán al caballero que ha velado sus armas, y así lo encontraremos todo anaranjado cuando lo veamos a mediodía. Para la una, después de ayudar un poco en las cocinas, ya estamos otra vez comiendo tan sabroso, original y vegetariano como siempre, sin que ningún Cristo compasivo nos convierta el agua en vino. Sale a continuación el pájaro de su jaula y se dirige en procesión, con el pandit, los padres y la “hermana”, a subir al adornadísimo y verbenero podio, especie de retablillo de maese Pedro donde se van apretar todos los oficiantes. Por si fueran pocos, el pandit llama a un chaval de la asistencia para que actúe de “niño del aire”. Es una especie de monaguillo que, pegado al novio, hace y dice todo lo que aquél. Todos van elegantísimos y al novio le ciñe la frente una diadema con colgajos que casi le cubren la cara. Vuelta a empezar con los “ooooooooooommmmmmmmms” y las  letanías en sánscrito, con los inciensos, ofrendas, pétalos y pequeños incendios controlados. El espectáculo dura sus buenas dos horas y lo más animado resulta el cuadro escénico de las mujeres majando su grano en el mortero. Lo que en África es cotidiano quehacer de todas las mujeres, como pudimos apreciar a domicilio en el Togo misional, aquí es estilizado ritual para el que ni siquiera se encuentran ya los básicos utensilios, el pilón de madera y el largo mazo majadero; con lo que hay que reemplazarlos por una cestilla de la compra como la que srirve de maletín litúrgico al preste y un haz de estacas atadas con cintas como un fascio de lictor. Con los caldos con los que se ha purificado una vez más al novio se bañará mañana la novia en su retiro. Se vuelve a encerrar al pájaro en su jaula y los invitados se disuelven. A nosotros, unas amigas nos invitan a que las acompañemos hasta la vecina playa, donde aún harán otras ofrendas a no sé qué divinidad, con bellísimos gestos y poéticos juguetes improvisados, como esas barquitas de hoja que se hacen a la mar llevando a bordo una lamparilla encendida.
Domingo 25 : ¡Día de la boda! ¡Vivan los novios! Cita matinal en casa de los padres para ir en autobús al templo. Todos lucen sus mejores galas, y el novio, con turbante de mil vueltas, babuchas puntiagudas y mil brillos y adornos, parece un príncipe de las Mil y una Noches. Salen taxis y coches con lo más granado y, como se retrasa el autobús, llegamos a misa empezada. La gran sala del templo de la ciudad de Quatre Bornes está abarrotada y la voz del pandit de siempre atruena por los altavoces. A sus cánticos, ya conocidos, se une hoy un trío de músicos con turbantes rosa y túnicas gris perla, que le acompañan cuando menos te lo esperas con chirimía, tambor y címbalos. Suena entre moro y dulzainas de Castilla. La sala, muy coloreada y ventilada, es de lo más iconoclasta, protestante o musulmán: en vez del habitual pulular de la fauna de diosecillos y santos, sólo hay una foto ampliada de un campo de tulipanes. La ceremonia es más de lo mismo pero elevado al cubo, con más ofrendas, intercambios de regalos, vueltas y revueltas en procesión por el escenario y los más vistosos atuendos. La novia, cargada de pedrería y abalorios como una dama de Elche lagarterana, soporta impertérrita el ceremonial. Hablando de atuendos, me percato de que soy el único en toda la asistencia, aparte el novio y el párroco, que viste a lo indio —o que hago el indio. Todos, oscuros como el azabache, sudan trajeados y encorbatados y con zapatos de charol, mientras la mitad femenina hace honor a la tradición y luce sus espléndidos saris tornasolados.
Regreso a casa y entrada solemne de la novia en su nuevo hogar. Ceremonia de las cinco puertas, que los novios van a franquear bajo modesto palio de lienzo blanco y precedidos por dos pobres clérigos maharatis, el uno que aporrea el tambor y el otro que pellizca la única cuerda de su rústico  instrumento de palo. No sé en qué momento, porque me lo pierdo, el viejo pandit descascarillado decapita de un tajo el cabrito. Para cuando llego con mi cámara, ya no hay cabeza, sino un cuerpo negro y goyesco que, colgado de una palmera, los hábiles carniceros empiezan a despellejar. Los pobres desposados, mientras tanto, aún tendrán que sufrir horas y horas de sahumerios y bendiciones, en los que todo el mundo partcipa, incluida Patty. ¿Habrá al menos noche de bodas para compensar tanto padecimiento? ¡Pues no! Figurénse ustedes que, casados y todo, habrán de pasar por otro trámite y esperar hasta mañana. Por hoy, conténtense con dormir en la misma habitación con una abuela de por medio, como la espada que el rey Marc puso entre Tristán e Isolda. ¡Vamos, como para convertirse al hinduismo!
Antes de que esto ocurra, solemne bienvenida a la familia de la novia y, ¡por fin!, brota el alcohol a raudales: cerveza, ron, whisky. Quienes hasta hoy, modelos de frugalidad, bebían agua fresca, acompañan ahora los estupendos y variadísimos platos de la cena —el ciervo, el pollo, el pescado, ¡el cabrito!— con vasos rebosantes de ron o de whisky con coca cola. No todo es comer y beber en estas bodas. Suben de nuevo los protagonistas al escenario a cortar y comer la tarta, a brindar con champán, y luego vienen los discursos. Un tío de Vijay, mitad en francés, mitad en créole, que termina animando a la asistencia: “amusé, mangé, boi’!”; luego yo, en francés, claro; y, para terminar, un tío de la novia, en créole, para agradecer el recibimiento. Cantos y bailes hasta altas horas de la noche. No se me olvide que en el simplificadísimo créole, toda esta liturgia sacramental se llama “système”, sistema. Así, una mujer que no lleva punto rojo en la frente, o sea que no está casada, dirá: “no he hecho el sistema”. Lo que a lo mejor significa que vive arrejuntá.
Los festejos se prosiguen el lunes en casa de la novia, cuya familia recibe a su vez a la del novio. Pero nosotros, empotrados todo el día en la agencia para tratar de encontrar un programa para la semana que nos queda, nos perdemos las ceremonias y el día entero con muy poco provecho. No conseguimos viaje a Rodrigues; no conseguimos viaje a la Reunión, nos conformaremos con una semana de playa en un hotel de la costa oriental. Ese día, por la noche, la última noche en Les Lataniers, tras desgarradoras despedidas de toda la familia, nos viene a visitar a nuestra veranda un rollizo “tandrac” (“tangue” en la Reunión), un gran erizo de patas altas y morro muy largo que, por lo visto, es de lo más sabroso.
El penúltimo día de nuestra estancia en la isla, los recién casados, ya libres y descansados y vestidos de civil occidental, vendrán a vernos a nuestra dorada prisión y a pasar el día con nosotros. ¿Libres? ¿Completamente libres? A eso de las cinco se despiden: no deben regresar muy tarde a casa porque no está bien visto que, los primeros días, los novios anden muy sueltos por ahí.




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Ventanas / Fenêtres

 

Die Frau im Fenster